La provincia
liberteña de Pacasmayo integra las evidencias de un pasado precolombino remoto
con el deporte de aventura, la atmósfera colonial, recursos naturales
invalorables, caballos de paso y unas comilonas como solo se pueden dar en el
norte peruano
Huacas Tecapa, Colorada y Jatanca en la ruta off road hacia el área de conservación privada Cañoncillo. |
(Caretas) San Pedro de Lloc es aún la pequeña ciudad lorquiana de ventanas con celosía para mirar sin ser visto. Su rivalidad ancestral con Pacasmayo se da porque este, que fuera un importante puerto, surge como una eclosión de modernidad y conexión con el mundo. Jequetepeque se forma como punto de migración de indígenas anteriores a la Conquista, pero que en el siglo XVI terminaron reducidos bajo el concepto europeo de la ciudad.
El malecón Grau de Pacasmayo es un paseo obligado que termina en el local del más que centenario club. |
El surf llega a Pacasmayo a mediados de los años sesenta con
José Aramburú Zapata, quien fundara el Pakatnamú Surf Club, símil del Waikiki
de Miraflores con todo y fiestas luau: aún se recuerda el tonazo de 1971, con
los Traffic Sound en la maravillosa terraza del club.
Pacasmayo fue fundada en 1775 por su importancia como
embarcadero, y es en 1871 que se inicia la construcción del muelle y del
ferrocarril Chilete – Guadalupe – Pacasmayo, lo que lo convertiría en el
principal puerto del Perú. El ferrocarril dejó de operar en 1967 y el muelle
que inicialmente medía 773 metros, hoy alcanza menos de la mitad, y languidece
sirviendo a los pescadores artesanales.
El malecón Grau congrega a las familias locales
tradicionales y aún conserva muestras de arquitectura de inicios del XX, muchas
de pino oregón. Al final del malecón se levanta con toda su solera el local del
más que centenario Club Pacasmayo, en lo que originalmente fuera la residencia
del capitán Herrera, mentor de Miguel Grau, un espacio de buen gusto al antiguo
uso, hoy presidido por Jorge Cockburn, pacasmayino a más no poder. Saloncitos
decentísimos, ambientes para el juego de canasta de las señoras, billar, un
magnífico bar y sobre todo la terraza, que tiene a la izquierda el faro, a la
derecha el muelle y al frente el mar con el espejismo del horizonte.
Generosos platos de una comida de mar y sierra, restaurante Villa Oasi. |
Importante testimonio arquitectónico del apogeo pacasmayino
es la estación de ferrocarril, diseñada por Malinovski, ingeniero del equipo de
Enrique Meiggs. Hoy el gran edificio es una de las sedes de la Casa de la
Cultura de Pacasmayo, proyecto iniciado por don Carlos Arbaiza cuarenta años
atrás y que además de una orquesta sinfónica muestra una actividad constante
con charlas, exposiciones, festivales de literatura y arte.
En la Boca del Río reposan los caballitos de totora que hoy salieron a la mar. |
El tránsito de Pacasmayo a San Pedro de Lloc muestra la
fábrica de cemento Pacasmayo, fundada en 1959 y que determinó un segundo salto
de la provincia en cuanto a modernización y desarrollo.
Y entonces aparece San Pedro, aunque lo que habría que hacer
es bajar al sur para entrar a la pequeña ciudad por la alameda de ficus de la
avenida Raimondi y el puente/arco de 1821. Los viejos árboles aún acogen con
una singular bienvenida al viajero hasta llevarlo a la Plaza de Armas en la que
se levanta el templo agustino de San Pedro, importante desde sus dos torres y
su decoración interior; ello se debe a que durante el Virreinato e inicios de
la República, ricas familias terratenientes levantaron casonas elegantes y
discretas a la moda de Trujillo, la mayoría en la vía que antiguamente se
conocía como Calle Real. Una de esas construcciones alberga hoy al Museo
Raimondi.
El inmueble pintado de azul añil es del siglo XVIII y al
decir de los conocedores, la decoración de su pórtico contiene simbología
masónica. Hay que creerlo; San Pedro guarda secretos vinculados al esoterismo,
en parte derivados de ser una tierra de célebres maestros curanderos de linaje
precolombino. Hoy como ayer se escucha en las conversaciones de vecinos al caer
la tarde, los relatos del cura sin cabeza, la gringa del cerro Chilco o el
tesoro de Cupisnique, tema de una de las tradiciones de Ricardo Palma – Los
macuquinos de Cupisnique- que narra cómo los jesuitas al ser expulsados del
Perú, esconden en una pampa cercana a San Pedro un cargamento de oro, plata y
piedras preciosas llevado por más de cien mulas.
El autor de la nota en la fachada de la casa de la Fuente, que fuera de su familia, hoy vuelta discoteca. |
Don Antonio Arrigoni era un paisano y amigo de Raimondi, y
poseía un hotel en San Pedro al que ocasionalmente llegaba el sabio milanés a
descansar. En 1890 se produce la última de esas visitas. En el museo está la
cálida habitación en la que Raimondi muere el 26 de octubre de 1890. El museo
es impecable y hoy está bajo la dirección del arqueólogo Juan Pablo Buccelli.
Con un excelente despliegue de paneles, vitrinas, ilustraciones originales y
objetos, coloca al visitante en la óptica de un investigador moderno y riguroso
como fue Antonio Raimondi.
En San Pedro buscarás los tamales en los puestos de comida
que se abren al ingreso de la ciudad. Más trabajo puede dar conseguir dulces
antañones como las acuñas, los alfeñiques y los conos de manjar. Si se pide con
anticipación, se degustará el cañán (Dicrodon guttulatum), un saurio pequeño
que se consume desde tiempos inmemoriales, hoy especie protegida. Pero los
expertos cocineros que lo preparan los adquieren de criadero, gordos y
carnosos, perfectos para un ceviche o una tortilla al debido punto.
Entrenamiento de fina yegua joven en criadero BSP. |
Se dice que el nombre
Cañoncillo deriva de cañancillo, palabra que a su vez vendría
de cañán. Cañoncillo es un área de conservación privada con bosques
secos de algarrobos algunos de los cuales suman siglos de vida. Su extensión es
de 1 310.90 hectáreas, que integran al bosque tres lagunas (Gallinazo, Larga y
Cañoncillo) y una porción de dunas. Su manejo es comunitario, y se recomienda
por ello tomar los servicios de guiado de la propia comunidad.
Habitación en la que murió Antonio Raimondi, en la casa/museo dedicada al ilustre sabio italiano. |
A Cañoncillo, que pertenece al distrito de San José,
se puede ingresar de dos maneras. Una desde el desvío de la Panamericana a la
salida norte de San Pedro, por el caserío de Tecapa. Esta opción es la que
toman muchas familias locales los fines de semana como un plácido relajo. La
segunda forma implica una experiencia off road por los
desiertos y dunas, muy exigente y con alto riesgo de arenamiento, pero que
coloca al viajero en un privilegiado punto de observación. Por acá se accede a
la parte intacta de la reserva. En la ruta se podrá observar a algunas de las
62 especies de aves propias del bosque, además de zorros, saurios y roedores.
Es una delicia acampar a la orilla de la laguna, previa autorización de los guardaparques.
Cañoncillo contiene restos arqueológicos Salinar, Gallinazo,
Cupisnique, correspondientes al periodo Formativo, pero también Chimú. La carga
de estos restos sumada al poder del bosque convierte a Cañoncillo en un lugar
propicio para mesas de curandero, que de hecho se realizan allí los martes y
viernes por la noche.
Si elegiste a Jequetepeque como punto base, despertarás con
el canto de la chilala en medio del campo y escucharás las voces de los
entrenadores de caballos de paso guiando la rutina diaria de finísimos animales
que forman parte del Criadero BSP, las iniciales de Blanca Salcedo de Ponce,
una mujer enérgica y vital como no hay más. Blanca tiene 35 caballos, todos de
competencia. Hay que saber que don Andrés Zapata Marroquín, su abuelo, fue uno
de los personajes que impulsó la cría de caballos de paso en esta parte del
norte, durante los años veinte del siglo que pasó.
Hoy, luego de un desayuno con tamales sanpedranos, jugo de
maracuyá y potente café selvático en el hospedaje de Blanca, salimos a cabalgar
por los predios de los Ponce, un fundo arrocero que encontramos en plena faena
del trasplante y su verdísimo verde de acuarela oriental. Recorremos las
chacras en camino hacia un punto de observación cuya altura nos permita
contemplar el valle de Jequetepeque, una tierra tan fértil que en tiempos
precolombinos se volvió asentamiento de primer nivel. De ello da fe la huaca
Dos Cabezas que se recorta sobre el verde contra los azules deslavados del mar.
Moche temprano (100 aC a 300 dC), Dos Cabezas fue un punto de culto a la Luna,
lo que quizás dio el nombre al lugar pues en la lengua muchik Mesjepeque
significa “casa de adoración”.
Hay que caminar el pueblo de Jequetepeque para sentir el
sosiego, el buen clima, La brisa a la que ayudan los árboles, la gente que sabe
sonreír y una plaza de armas sin alteraciones delirantes. El templo de Nuestra
Señora de la Misericordia fue terminado por los agustinos a finales del siglo
XVI. Con una sola bóveda de cañón, este monumento sufrió varios Niños hasta
casi quedar en ruinas. El obispo Martínez de Compañón en su recorrido por el
territorio de su jurisdicción en 1748 ordenó su reconstrucción. Pero ha sido en
el presente, desde 2016 hasta ahora, que la iglesia volvió a ser. Una
asociación integrada por el municipio y los pobladores a punta de bingos y
polladas está por entregar la restauración terminada. ¿Líder de esta cruzada?
Muy fácil: Blanca Salcedo de Ponce.
Desde el pueblo vale la pena bajar hasta la Boca del Río, el
punto donde desembocaba el río Jequetepeque, un balneario rústico con ranchos
que solo se activan en el verano, pues la playa es en realidad el dominio de
pescadores que se hacen a la mar montada en caballitos de totora.
Todos los tiempos el tiempo, no se tome menos de una semana
para recorrer estos puntos de la provincia liberteña de Pacasmayo, diversa,
diáfana e invitadora.
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