¿Por qué, año tras año, miles de mujeres salen
a las calles el 8 de marzo? Porque la violencia y la discriminación se da todos
los días, en todos los países, para todas y en todos los espacios.
Como cada
año el 8 de marzo, en nuestro vasto y desigual continente, las organizaciones
de defensa de los derechos de las mujeres han convocado manifestaciones, actos
conmemorativos, huelgas feministas y ‘paros de mujeres’. En México, San
Salvador, Quito, Bogotá, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires, Rio de Janeiro
y en tantas otras ciudades, miles de mujeres, de todas las edades recorrerán
las calles con pañuelos verdes, cruces moradas, banderas arcoíris, vendas en
los ojos y señas de #Ni Una Menos. ¿Por qué, año tras año, miles de mujeres
salen a las calles el 8 de marzo? ¿Por qué, en América latina y el Caribe,
estas movilizaciones han tomado tal fuerza?
Porque aún
hoy, las mujeres continúan siendo objeto de violencia y de discriminación,
porque siguen enfrentando innumerables y profundos obstáculos para gozar
plenamente de sus derechos fundamentales y porque, en definitiva, ser mujer
continúa siendo considerado ser menos que un hombre. El 8 de marzo, las mujeres
no quieren ni flores ni bombones, quieren igualdad.
Si bien el
derecho de las mujeres a la igualdad es un principio fundamental de las
sociedades democráticas modernas, Latinoamérica es hoy la región del mundo
más peligrosa para ser mujer, según Naciones Unidas. Aunque de forma
generalizada los Estados, garantes de los derechos fundamentales, han adoptado
las normas buscando otorgar derechos y protección a las mujeres, los marcos
normativos continúan siendo desiguales, poco efectivos, muchas veces
deficientes y a veces, incluso, regresivos. En algunos países la discriminación
contra las mujeres no está penada, a la vez que subsisten normas claramente
discriminatorias contra ellas. Por ejemplo, normas de regulación patrimonial
del matrimonio que establecen al hombre como ‘representante del hogar’ en
Nicaragua y en Honduras, en Santa Lucía el Código Civil estipula que el esposo
debe protección a su esposa y ella le debe obediencia a su marido, y en Chile
tras el matrimonio, el marido se vuelve el administrador de los bienes de la
mujer bajo el régimen de sociedad conyugal.
Además,
existen múltiples factores que perpetúan la discriminación contra las
mujeres e incrementan su situación de riesgo: el machismo, el
patriarcalismo y la prevalencia de estereotipos sexistas sobre los roles y
responsabilidades que deben tener hombres y mujeres continúan profundamente
arraigados en las sociedades latinoamericanas y caribeñas. La normalización de
la violencia contra las mujeres y la tolerancia social frente a actos de
violencia física, psicológica, sexual, económica cavan una profunda brecha
entre las normas existentes y la vida cotidiana de millones de mujeres. Una
consecuencia directa de la prevalencia de patrones estereotipados en la
sociedad es el trato que reciben las mujeres víctimas de violencia por parte de
las autoridades que deberían protegerlas. En todos los países de la región y
sin excepción, las mujeres son tildadas de ‘histéricas’ y ‘exageradas’ al
intentar denunciar una forma de violencia contra ellas. Cuando las madres
reportan a sus hijas desaparecidas, escuchan que ‘no es grave, seguro se fue
con el novio’ o simplemente, que ‘ya regresará’. Esto le dijeron a la madre
de Juliana Compoverde en Ecuador o a las compañeras y familiares
de Solisiret Rodríguez en Perú cuando las autoridades desestimaron
las denuncias de desaparición, solo para encontrar, tiempo después, los cuerpos
de las mujeres que buscaban. ‘Algo habrá hecho’, ‘son cosas de pareja’, ‘eso
pasa por andar sola’ y así, en un sinfín de actitudes estereotipadas y
discriminatorias que socavan el acceso a la justicia de mujeres y niñas en
todos los países.
La
violencia contra las mujeres y las niñas en la región toma diversas formas,
pero en todos los casos tiene el mismo origen, y el mismo fin. Es una violencia resultado de las
relaciones de poder históricamente desiguales entre hombres y mujeres que
busca, justamente, reafirmar la superioridad del hombre sobre la mujer. Los
asesinatos, la violencia sexual, el acoso, las amenazas, la violencia económica
y las demás formas de violencia de género son violencias cometidas contra la
mujer por el hecho de ser tal. Por ejemplo, el tipo penal de feminicidio busca
justamente visibilizar la comisión del asesinato de una mujer por motivos de
odio o menosprecio en razón de su género. A pesar de que este delito ha sido
tipificado en 18 países de la región, su investigación y sanción sigue siendo
tarea pendiente. En países como Colombia o México, la impunidad de estos
crímenes supera el 90% de los casos y envía un mensaje social de
tolerancia que favorece su repetición. El carácter misógino de estos asesinatos
se ve claramente reflejado en el terrible ensañamiento con el que son
cometidos: en Guatemala se contabilizan por decenas los casos de mujeres
decapitadas; en El Salvador y en Honduras, las mujeres son desmembradas a
hachazos; y en México, el crimen de Íngrid Escamilla –asesinada,
desollada y mutilada– ha sido un trágico ejemplo más de los miles de casos que
ocurren en el país cada año.
En
América latina y en el Caribe, las niñas siguen estando gravemente
desprotegidas e invisibilizadas. Es un hecho que las mujeres están en riesgo o sufren violencia a lo
largo de todo su ciclo de vida: a todas las edades, en todos los países. Las
niñas pasan desapercibidas bajo la categoría sin edad de ‘mujeres’ que no
consideran las necesidades especiales de protección que requieren por su
condición de crecimiento y de desarrollo; o quedan invisibilizadas bajo la
categoría ‘niñez’ que no tienen en cuenta su género y lo que enfrentan
precisamente por su condición femenina. Algunas formas de violencia se dan
específicamente contra ellas, como por ejemplo el matrimonio infantil y las
uniones de hecho, socialmente aceptadas pero que ponen a las niñas en graves
situaciones de riesgo; la violencia sexual, mayormente por personas de su
entorno o en sus escuelas, resulta igualmente en elevadísimas tasas de embarazo
infantil en la región. Diversas formas de explotación laboral afectan a miles
de niñas en el continente, como el trabajo doméstico o incluso el trabajo
esclavo, como los terribles casos de niñas esclavas en Haití o la práctica
de las ‘criaditas’ en Paraguay.
Además, subsisten
formas de violencia que permanecen invisibilizadas o inadecuadamente abordadas
dado el menor grado de desarrollo de normas, de iniciativas de políticas
públicas o de normas especializadas al respecto. Por ejemplo, la violencia
obstétrica está ampliamente difundida en la región mientras que pocos son los
países que han abordado integralmente esta problemática. En el marco del
conflicto armado en Colombia, niñas y mujeres fueron obligadas a abortar contra
su voluntad, en procedimientos salvajes, dolorosos y peligrosos. En Perú,
Canadá y México, miles de mujeres pobres, campesinas o indígenas han sido
víctimas de esterilizaciones forzadas. De manera cotidiana, cientos de mujeres
encuentran tratos degradantes y humillantes en el marco de sus
maternidades, antes, durante o después del parto, a través de la región. Muchas
de ellas no saben siquiera que han sido víctimas de abusos, no existen leyes
para protegerlas y rara vez los responsables son sancionados.
Los
cuerpos de las mujeres continúan siendo un asunto público y no un tema privado
de cada una de ellas.
Dados los roles de género atribuido a las mujeres y construido socialmente
alrededor de la maternidad y de las tareas de cuidado, el estereotipo de la
mujer como madre constituye una pieza central en las sociedades
latinoamericanas y caribeñas. Este estereotipo constituye una carga adicional
para las mujeres y uno de los principales obstáculos para lograr la igualdad de
género al impedir su pleno acceso y desempeño escolar, laboral, su
participación política o su toma libre de decisiones. Un punto fundamental de
la agenda feminista latinoamericana es el derecho a la autonomía de las
mujeres y en particular, de su autonomía sexual y reproductiva. En la región,
únicamente Cuba y Uruguay disponen de acceso al aborto libre y legal. En los
países en que el aborto ha sido legalizado en diversas modalidades, numerosos
son los obstáculos que las mujeres deben enfrentar, como ha quedado evidenciado
en la reciente discusión de la Corte Constitucional en Colombia. En El
Salvador, Honduras y República Dominicana, la interrupción del embarazo está
prohibida en todos los casos, para todas las mujeres, incluso para niñas,
aunque fueran casos de violencia sexual, o a pesar de que el embarazo ponga en
riesgo la vida de la mujer. La interrupción legal del embarazo y el pleno goce
de los derechos sexuales y reproductivos es un tema de salud pública, un tema
de violencia y de discriminación contra las mujeres y una deuda histórica para
todas ellas.
Además, no
todas las mujeres sufren violencia por igual. Ser mujer indígena,
afrodescendiente o con discapacidad; ejercer como periodista, defensora de
derechos humanos o tener compromisos políticos; ser mujer migrante o mujer
privada de libertad; ser niña o ser adulta mayor; ser mujer lesbiana, bisexual,
trans o ser percibidas como tal, todos éstos son factores que agravan y
agudizan el riesgo de sufrir violencia en cualquiera de los países de América
Latina y del Caribe.
¿Por
qué, año tras año, miles de mujeres salen a las calles el 8 de marzo? Porque la
violencia y la discriminación se da todos los días, en todos los países, para
todas y en todos los espacios: en los hogares, las escuelas, los hospitales, en el trabajo, en el
campo, en la calle, en los transportes e incluso en las manifestaciones y protestas.
Porque las mujeres, más de la mitad de la población del continente, continuarán
exigiendo la igualdad, la protección y los derechos del que son depositarias.
Sin flores, ni bombones: con pañuelos verdes, con cruces moradas, con banderas
arcoíris, con pancartas, con cantos, con consignas, con sus voces. Para lograr
una sociedad igualitaria, justa, libre de violencia y plenamente democrática,
la movilización será cada vez más grande, cada 8 de marzo y cada día.
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