El gobernador Regional de Ayacucho ha desafiado los controles oficiales y ciudadanos para proclamar su inocencia.
Claro que lo hace insistiendo con burla en las versiones
que, tanto él como la señora que hace de Presidenta de la República, han
difundido sobre el llamado caso Rolex.
El gobernador confiesa estar arrepentido de “haber prestado
los relojes”. Conclusión: el gobernador nos cree incapaces de razonar y por eso
lanza su discurso al aire sin ninguna vergüenza, en plena celebración de la
gesta de Ayacucho y frente a las tropas y sus generales que callan ante
tremenda insolencia.
“No le temo a la Contraloría”. Grita el gobernador en algo
así que suena a una amenaza de “no sabes con quién te estás metiendo”. Y las
tropas siguen silenciosas ante esa demostración de poder “chueco” que realiza
un individuo que debe conocer muchos enredos en puntos importantes que a muchos
no conviene que se conozcan.
Pésima demostración de que el Perú del 2024 aguanta todo y
de que el país completo prefiere seguir en la condición de ser una desgracia
institucional y no una organización segura y estable de gobierno.
Hay escenarios que agravian mucho más a la desvergüenza.
Este espectáculo del gobernador ya se había dado en un encuentro de consejeros
regionales, realizado también en esa oportunidad del Bicentenario de la Batalla
de Ayacucho. Allí estuvieron varios de los consejeros lambayecanos.
Algún día del próximo futuro electoral, tendrán que
explicarnos por qué no elevaron su voz para aliviar tanto agravio. Y el día 9
de diciembre, fecha de estos sucesos tenía una característica adicional, ser el
Día Internacional por la Integridad.
Dentro de ese marco de contenidos está la Transparencia
Pública, la Lucha contra la Corrupción, el Código de Ética, el Control Interno
y varias cosas más. A todas ellas el ayacuchano las golpeó igual que a una
piñata con su discurso.
Nada le importó y esa es una representación general de lo
que estamos viviendo. A ninguna autoridad electa le importan ya estos temas.
Solo les importa su negocio disfrazado de ejecución de inversión pública que es
el único camino para obtener tajadas entregadas por terceros.
No hay poder que se les oponga ni institución que los acuse
y sancione. En los tiempos que corren los presuntos delincuentes que reciben
una prisión preventiva del juzgado simplemente deciden “pasar a la
clandestinidad”; así, con elegancia se le llama ahora a la fuga.
Y desde esa clandestinidad siguen manejando sus hilos y sus
negociados ante el silencio y la conveniencia de los que todavía están libres y
no existe la mínima intención de perseguirlos.
Y como ya no quieren que nadie les controle han cambiado de
actitud en conjunto, como un hecho planificado, ahora sacan uñas y dientes y se
amparan en la democracia para sostenerse en los cargos.
El país está acumulando tanto en su barriga que ni siquiera
existe ya un laxante poderoso que pueda eliminarlos.
Y para todos nosotros, poniendo a un lado esa hipocresía de
la “vergüenza ajena”, vivir esta época en silencio será para siempre nuestra
gran e insólita vergüenza.
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