“Vizcarra es
incompetente, pero algunos de sus adversarios hacen esfuerzos por superarlo”.
(ElComercio) El desastroso comportamiento del presidente Martín
Vizcarra en el sur pareciera terminar con el debate sobre su
permanencia en el Gobierno hasta el 2021. Es obvio que podría causar perjuicios
incalculables al país, de todo tipo, si se queda dos años más administrando el
poder.
Naturalmente, si él mismo no hubiera planteado el adelanto
de elecciones generales, habría que soportarlo hasta el final
del mandato para el que fue elegido en la lista de Pedro Pablo Kuczynski (PPK).
La vacancia por incapacidad moral –que algunos proponen ahora– es una fórmula
que existe en la Constitución peruana y casi todas las de la región como una
válvula de escape para resolver crisis políticas muy graves, en un contexto en
que los golpes militares –la manera usual de resolver antes las crisis– han
sido proscritos por la comunidad internacional desde hace cuatro décadas.
Sin embargo, no se trata de destituir a un presidente porque
es un mentiroso o porque es un mal gobernante, como Vizcarra. Si
fuera así, en el Perú probablemente habría que cambiarlos cada año o quizá cada
mes.
La realidad política tampoco hace posible esa opción.
Un Congreso con un enorme rechazo no está en condiciones de vacar a
un presidente con una aprobación muy alta, aunque sea un pésimo gobernante.
Y, por eso mismo, la demanda de renuncia no tiene
viabilidad. No lo va a hacer. Y si lo hiciera, tal vez lo que viene sería peor:
Mercedes Araoz, que, como Vizcarra, carece de partido, de bancada y
de equipo, guiada solo por la ambición desmedida que la caracteriza, y con el
mismo Congreso hasta el 2021, no parece ser una opción
tranquilizadora para nadie.
Por eso, la menos mala de las posibilidades ahora es la del
adelanto de elecciones. La incertidumbre que existe en caso de
efectuarse los comicios el 2020, que es un argumento que usan algunos contra el
adelanto, es exactamente la misma que existirá en el 2021. No habrá ni mejores
partidos ni mejores candidatos, no caerán del cielo ni brotarán de la tierra. Y
la mayoría de las reformas políticas que el Gobierno pretendió imponer son un
adefesio que empeoraría el sistema político.
La permanencia de Vizcarra dos años más constituye
un peligro mayor. Una cosa es que gobierne hasta el 2020, once meses como pato
rengo, con cada vez menos poder real, y otra cosa es que se quede hasta el
2021. No cabe duda de que seguiría adoptando iniciativas populistas para
mantener su aprobación, y enfrentando al Congreso y a las
instituciones. Y tal vez recurriendo a medidas más aventuradas.
Un ejemplo de las catástrofes que puede producir es lo que
ha hecho en el sur. No se atrevió a liquidar la licencia de construcción de Tía
María, pero la concedió tramposamente, obligando a la empresa a comprometerse a
no iniciar las obras hasta un futuro indefinido. Pero, como era evidente, esa
muestra de debilidad incentivó a todos –radicales, antimineros y caudillos
locales y regionales– a desatar movilizaciones y disturbios en los que cada
quien espera obtener alguna ventaja. El plato estaba servido y todos se
lanzaron sobre él.
Y Vizcarra, demostrando una torpeza política
infinita, viajó a Arequipa a reunirse con ellos, tratando de convencerlos con
argumentos ridículos, pretendiendo hacerles creer que estaba de su lado, como
si eso les importara a los ahí reunidos que solo esperan obtener notoriedad y
ganancias encabezando los disturbios.
Peor todavía, el exministro de Transportes, grabado
subrepticiamente por el excontralor en una conversación comprometedora sobre el
Caso Chinchero, no aprendió nada y no tuvo reparos en hablar necedades ante un
auditorio mucho más numeroso y nada confiable.
Ahora ha quedado completamente desacreditado ante amigos y
adversarios, ante los empresarios y los radicales. Como dijo El Comercio en un
editorial referido a su enfrentamiento con los fiscales por el pago de S/524
millones a Odebrecht, Vizcarra “termina luciendo como alguien
oportunista antes que oportuno”. (“Imprudencia presidencial”, 13/8/19). Esa
descripción es en realidad extensible a todo su comportamiento.
Y lo que es peor, los conflictos se han extendido ahora a
otras zonas.
La deserción de tres congresistas, que a la vez son tres
exministros, de la denominada bancada oficialista es también una muestra del
torpe manejo político de Vizcarra.
No obstante, una grave dificultad para el adelanto de elecciones es
el empecinamiento de la mayoría congresal que, por intereses inmediatos, se
niega a recortar su mandato y asume nuevamente una postura beligerante,
creyendo poder beneficiarse de los desaciertos de Vizcarra. Eso
solo le dará municiones al Gobierno para disparar nuevamente contra ellos, y le
permitirá al presidente tratar de parchar y recomponer la coalición que lo
respalda, que estaba descoyuntándose.
Vizcarra es incompetente, pero algunos de sus
adversarios hacen esfuerzos por superarlo.
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