Toda una cadena de hechos, dolorosamente reales, nos marcaron la semana que pasó. Lo más conmovedor fue el asesinato cometido contra un profesor de escuela, en la puerta misma del plantel y en presencia de sus alumnos. Otro fue la denuncia de que, aprovechando el derrumbe de una parte del cerco en otro colegio, un delincuente adolescente ingresó, cuchillo en mano para robar a los alumnos, dentro del propio salón de clases.
También se conoció que la violencia ya está impresa en las
relaciones personales de los alumnos y alumnas. El juego de moda es “el
secuestro” y en las casas se están perdiendo varias cosas de valor, porque en
el colegio un avezado, también alumno, amenaza a los más débiles ordenándoles
que cojan lo que puedan de sus domicilios y se lo entreguen, bajo pena de ser
apuñalados si no cumplen.
Para coronar la torta, un maestro denunció que él y sus
colegas deben pagar un cupo para poder saltar algunas garitas de paso que han
impuesto los delincuentes en el camino a su trabajo, de ida y vuelta.
En resumen, nuestra debilidad ya dejó ingresar a la
delincuencia hasta el nido de nuestras ilusiones. Si los delincuentes se
atreven a entrar a las escuelas y no les pasa nada, entonces esa violencia que,
primero atacó a los pobres del Perú, se está expandiendo para tomar el control
de todo el sistema. Ya se impone en los niveles más encumbrados y de los que ni
se sospechaba tamaña corrupción. Y lo hemos consentido, callados, por imaginar
que somos un país del primer mundo; por esa borrachera colectiva que nos hace
creer las historias que cuentan los gobernantes; por tragarnos el cuento de que
todo está perfecto y que nuestras leyes sirven realmente y que sus reglamentos
son útiles y también que la democracia nos garantiza algo más que una puñalada
o el rebote de una balacera en la esquina del hogar.
En los últimos 30 años hemos impuesto dócilmente en el país
las normas que se aplican fuera de nuestras fronteras y por creer en la
globalización, nos hemos convencido de que somos un país de otro club poderoso
en el cual la integridad y la decencia son el principal distintivo.
Modismos en gran cantidad, traídos por decenas de personajes
que se forman en institutos al otro lado del mar y retornan acá para imponer el
“copia y pega” sin entender que aquí ni siquiera tenemos un país consolidado y
estamos a punto de desaparecer como nación gracias a la implosión que, con
mucho éxito, están a punto de lograr las mentes y las manos extrañas.
Esos extraños se han aliado con sujetos internos que
continúan minando nuestro día a día y que iniciaron su propósito con el famoso
gota a gota y ahora están a un paso de hacer quebrar a todo el sistema
financiero. Sus primeras víctimas institucionales han sido las cooperativas de
ahorro y crédito que no pueden desarrollar sus procesos y están desapareciendo
del mercado.
Seguirán su ruta los bancos, en tanto sus propietarios
adviertan que el empuje asiático los obliga a vender antes de perder todo. A
ellos no les importa el ambulante ni el mototaxista y menos el transportista
informal. Tienen al frente un nuevo orden interno que asumirá el control del
Perú para continuar con el saqueo de todo aquello que le falta y no existe una
sola posibilidad de evitarlo.
Hoy domingo 20 de octubre se celebra el día mundial del
estadístico. Si realmente existiese una organización que permita hacer un
estudio del país al día de hoy, yo en mi ignorancia popular, les pediría que
solamente pregunten a todos: ¿Es usted feliz en el Perú? Tal vez el resultado
sea mayor a la aprobación que dicen tener las más encumbradas autoridades. Tal
vez contemos con uno de cada diez peruanos que si es feliz. Del lobo un pelo.
Y ya que estamos citando al lobo, para media semana se
anuncia un paro general en el país. Los comentaristas de siempre piden que el
paro sea pacífico. Lo dicen cerrando los ojos ante la infiltración que se
emplea para desacreditar a los reclamantes.
Lo dicen olvidando que en el reino de los lobos una marcha
pacífica de ovejas debe sonar igual que la ronda del gato Ron Ron o las
declaraciones de un ex gobernante que jura ser inocente y se suma así a todos
los inocentísimos que nos han gobernado hasta hoy pero que destruyeron y
quieren ahora entregar los pedazos del Perú al primer comerciante global que
pase por su puerta.
Si alguien se reía del cuento sobre el final del arco iris y
la olla de oro que allí existe, sepa ahora que nos creímos el cuento del arco
iris nacional, pero en la olla del final no encontramos oro sino otro tipo de
residuo orgánico, producto de haber digerido irresponsablemente nuestra
miseria. Lo que somos.
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