LA CORRUPCIÓN LE ROBA EL FUTURO A LOS JÓVENES


* El gobierno ha claudicado ante esta plaga que ha infectado todos los organismos del Estado.

La corrupción ha tomado el control de Perú sumergiéndolo en un círculo vicioso que afecta cada aspecto de la vida social y económica del país.

El problema no se limita solo a las grandes cifras de pérdidas económicas o la percepción de los invasores extranjeros, sino que destruye la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, y genera una resignación que se traduce en más pobreza e informalidad. Sin embargo, la respuesta a esta crisis no debería quedarse en la denuncia, sino que debe enfocarse en propuestas concretas que permitan combatir este mal desde sus raíces.

El impacto de la corrupción es visible en la ineficiencia del Estado para ejecutar proyectos clave. Hospitales a medio terminar, carreteras de baja calidad y escuelas en ruinas son el testimonio de como los fondos públicos son desviados a bolsillos privados. Cada sol robado es una oportunidad perdida para el desarrollo, y las consecuencias más graves las sufren las poblaciones vulnerables.

El gobierno ha fallado en ofrecer servicios básicos de calidad, lo que refuerza la desconfianza y normaliza la corrupción como parte del sistema.

Además, la corrupción alimenta la informalidad. Muchos peruanos optan por operar fuera del sistema formal debido al temor a la burocracia y a los sobornos. Este fenómeno no solo afecta la recaudación fiscal, sino que perpetua un círculo de pobreza y la precariedad laboral. Se necesita una reforma urgente que ofrezca incentivos reales para que las pequeñas y medianas empresas puedan formalizarse, eliminando las trabas burocráticas y garantizando la protección frente a extorsiones.

Un aspecto que se menciona poco es como la descentralización ha fallado en su propósito inicial. En lugar de acercar el poder a las regiones, se ha extendido la corrupción a los gobiernos locales, sin un control adecuado. La falta de liderazgo en la lucha contra este problema se ha convertido en un obstáculo para el progreso del país.

Los presidentes regionales involucrados en escándalos de corrupción representan un claro ejemplo de la necesidad urgente de reformar el sistema de control y supervisión.

Ante este panorama desolador, es fundamental que la sociedad civil, el sector empresarial y el propio gobierno tomen cartas en el asunto. No basta con lamentarse o esperar que las autoridades resuelvan la situación. Es necesario implementar mecanismos efectivos de transparencia, tanto en el sector público como en el privado, para garantizar que los fondos sean utilizados de manera correcta y para el beneficio de la ciudadanía.

Por otro lado, la educación es clave. Debemos formar una nueva generación de funcionarios comprometidos con la ética y la integridad. Iniciativas como el Semillero para futuros funcionarios son un paso en la dirección correcta, pero no deben quedarse como acciones aisladas.

La lucha contra la corrupción debe ser un esfuerzo constante y coordinado.

Es cierto que la corrupción no desaparecerá de la noche a la mañana, pero esto no significa que debamos resignarnos. Cada ciudadano tiene un rol importante en esta batalla, exigiendo rendición de cuentas a sus autoridades y promoviendo una cultura de integridad en todos los niveles de la sociedad.

Solo así, con esfuerzos colectivos y reformas estructurales, podremos romper con este ciclo que tanto daño le ha hecho al Perú y a los más pobres de nuestro país.

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