- En épocas de hiperconexión, es fundamental hablar sobre qué es publicable y qué no.
Cualquier parecido
con la realidad, no es mera coincidencia.
Corre, huye
desesperadamente, perseguida por hordas de personas que como zombies con sus
teléfonos en mano filman el horror de la protagonista. Filman y hacen oídos
sordos a su sufrir. Sólo buscan subir el espanto a las redes sociales, ninguna
empatía, ven a través de los monitores, viajan a través del 4G. La escena
transcurre en el segundo capítulo de la fantástica serie Black Mirror. En la
mente del guionista, la gente vive a través de las pantallas y se ha perdido la
conexión esencial entre las personas. Ciencia ficción, claro, nada
de eso debería pasar en la realidad.
Mientras
tanto, en un colegio de la ciudad de Buenos Aires, una amiga me cuenta: “Ale,
estoy en la fiesta de egresados de primario de mi hija. No puedo creer lo que
estoy viendo. Los chicos chapan -y la única buena noticia en este
relato es que volvió el verbo chapar- y los compañeros arman inmediatamente,
como si fuera una coreografía, una ronda alrededor de los festejantes y filman.
Levantan sus teléfonos y suben esta filmación, me imagino yo, a alguna de las
redes. Es muy triste.”
A mí, que
pocas cosas me sorprenden a esta altura, después de 30 años de profesión y de
ser parte desde el rol profesional así como del de padre de los avatares de la
adolescencia, este ritual me impresionó. Me impresionó porque es
la intimidad puesta en el ojo del Gran Hermano, en las redes sociales. Y me acordaba que hace algunos
años, cuando solo existía el Facebook, primeros años de WhatsApp, de una charla
con mi hijo mayor que no encontraba a un amigo con el que gestionaba una salida
grupal.
No está
online— sentenciaba.
¿Por qué no
lo llamas al teléfono fijo (aparato para comunicarse que suele estar apoyado en
la base y no funciona fuera de las casas), debe estar en la casa —insistía yo.
Ignacio, me
decía convencido: “Papá, si no está conectado no está. Y la salida se
suspendió".
Si no está
conectado no está. Si no lo vemos en las redes no existe. Está claro que
las pantallas son protector para el temor de enfrentarse con los otros. El
contacto con los demás asusta, atemoriza. A través de los monitores
interactuamos “a granel” con riesgo minimizado. Y es una pena, digo una vez
más, vivimos en tiempos de aparatos encendidos y miradas apagadas
El punto, y
sobre esto quiero dejar algunas herramientas, es cómo ayudamos a nuestros hijos
a entrar al mundo de la tecnología diferenciando algo que peligrosamente se
ha desdibujado en cuanto a sus límites: hablo del mundo privado y el mundo
público.
La intimidad
ha atravesado los bordes de lo razonable y el ojo de las redes controla, vigila
y regula gran parte de la vida de quienes vivimos en este mundo
Me asusta un poco cuando Google me avisa que salieron nuevas
ofertas de lo que pensé buscar hace unos instantes, me siento un poco
observado, y todos somos googleables,
geolocalizables y posibles de ser viralizados.
Por todo eso
debemos cuidar a nuestros niños, vaya una sencilla caja de herramientas.
1. Uso de telefonía
celular
Tiene
sentido que un pequeño utilice un teléfono móvil a partir de que logre una
mínima y creciente autonomía respecto a los adultos. ¿Qué lógica tiene que
tenga un teléfono si permanentemente está con un mayor que lo cuida?
2. Redes sociales
Fomentemos
su uso cuidadoso y prudente. Cuidaremos así el mundo privado de nuestros hijos,
para que puedan sostener la diferencia entre el afuera y el adentro. No seamos
hackers de nuestros hijos, apelemos al vínculo esencial, a la confianza, que se
construye desde la cuna, desde el ejemplo.
3. Fijemos prioridades
El juego, el
aprendizaje, el desarrollo de habilidades sociales y la incorporación de
valores deben ser prioridad. El uso de la tecnología no debe perturbar estas
funciones básicas.
4. Dar el ejemplo
Los padres
deben enseñar con el ejemplo. No se puede poner un límite con un teléfono
celular en la mano, ni estar hiperconectados a la hora de reunirse en familia.
Lo digo una vez más, los hijos no nos escuchan todo el tiempo (a veces damos
unos discursos aburridísimos), pero no dejan de mirarnos. Eduquemos con el
ejemplo. Seamos cautos a la hora de postear y publicar nuestra vida en las
redes sociales.No comentemos las publicaciones de nuestros hijos, los
avergüenza, y mucho.
5. Regular los tiempos
El tiempo
para estar frente a las pantallas (celular, computadora, tablet, televisión) no
debe ser "indefinido". Hay que ayudar a que el niño pueda regular ese
contacto incentivando el desarrollo de otras actividades o el descanso. Sugiero
no más de dos horas continuadas sobre todo en niños pequeños.
6. Compartir con ellos
Compartir
con los hijos actividades lúdicas, expresivas, deportivas, etc. Los pequeños no
se ríen de la misma manera cuando juegan en la computadora que cuando lo hacen
a la vieja usanza y con rienda suelta a su imaginación, tesoro preciado y
único.
7. Vivir en el mundo real
Recordemos,
que un niño que detiene la mirada en un teclado se pierde la posibilidad de
mirar al otro y de abrirse a la amplitud del mundo. Compartamos al
menos media hora por día sin aparatos prendidos, con las personas que
queremos. La calidad de los vínculos, agradecida. Las almas no se nutren de
pulgares arriba o de “me gusta” en los muros, los abrazos son —y no me canso de
repetirlo— irreemplazables.
8. Evitar el aislamiento
Los rasgos
de aislamiento y la ansiedad social (miedo a relacionarse) encuentran en la
tecnología una aliada para ocultarse y no enfrentar la realidad. Propiciemos
momentos durante el día de aparatos apagados y miradas encendidas.
9. Seamos contundentes
La
contundencia no es otra cosa que ser claros, dejar la tibieza a un costado,
inculcar en nuestros hijos que no pueden ceder a la presión de pares, ni a la
fuerza de las masas. Eduquemos hijos poderosos, con el poder de elegir, de ser
responsables, de decidir por sí mismos.
Que no se
nos pierda nunca la costumbre de guardar los álbumes de fotos de papel, los
objetos entrañables con olor a infancia, los recuerdos en cajitas con celofan
para que no se arruinen, los libros con aroma a libros, las
historias en nuestras memorias (y no en Instagram). Es que los tiempos
han cambiado, pero la esencia sigue siendo, afortunadamente, la misma.
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