"La denuncia de la periodista es verosímil. Los chats publicados
son bastante explícitos y las explicaciones de Lescano, pésimas".
¿Es el Congreso un espejo de la sociedad? ¿No
podemos esperar que los representantes sean mejores que sus representados?
(LaRepublica) La denuncia por acoso
sexual que ha interpuesto una periodista contra Yonhy Lescano,
legislador de Acción Popular desde el 2001, nos plantea, otra vez, las mismas
preguntas.
Este es el cuarto periodo
parlamentario de Lescano. Elegido originalmente por Puno, hoy es representante
por Lima. Se ha hecho un nombre a punta de enfrentar a grandes empresas en
materia de defensa del consumidor. Aun cuando sus acciones legislativas y de
fiscalización han tenido nula racionalidad económica y una fuerte carga
demagógica, se ha convertido en uno de los poquísimos congresistas populares.
Para un pueblo que castiga no reeligiendo, cuatro elecciones es un récord.
Lescano ya había anunciado su deseo de aspirar a la candidatura presidencial de
AP, una batalla de pronóstico incierto que incluye adversarios duros como Raúl
Diez Canseco, Alfredo Barnechea o Mesías Guevara.
Lescano ha enfrentado con dureza al fujimorismo y
al aprismo. Sus ideas económicas pueden ser
disparatadas, pero nadie lo había acusado de deshonesto. Su mayor problema
público hasta ahora fue su hermana, condenada por terrorismo, pero él se supo
hacer un espacio para diferenciarse con éxito. Casado, con tres hijos, abogado,
no tenía las clásicas denuncias por nepotismo, trabajadores explotados o
fantasmas, ni estudios falsos. Tampoco coimas por obra pública o uso particular
de bienes del Estado.
Sin embargo, la denuncia de
la periodista es verosímil. Los chats publicados son bastante explícitos y las
explicaciones de Lescano, pésimas. Primero dijo que no sabía de qué se trataba,
luego que su celular lo tuvieron “terceras personas” y que en el pasado se lo
explicó a la periodista (entonces, ¿sí sabía de qué se trataba?) para finalizar
diciendo que tenía una amistad con la periodista y gustaban de hacerse bromas.
Para desgracia de Lescano el cuento del “malentendido”
está demasiado usado. Desde pedófilos hasta
violadores lo presentan como excusa. Exponer a la esposa, igual. No lo va a ayudar
en nada. Por lo menos no en el Perú. Puede preguntarle a Alan García.
Tampoco sirve, por más expectativas presidenciales que tuviera, excusarse en
que esta es una jugada de sus adversarios políticos. No lo es.
El asunto central aquí es que
las taras de nuestra sociedad están representadas en el Congreso tanto como los
peruanos las aceptamos en nuestra vida diaria. ¿Es Lescano una excepción?
Lamentablemente, no. Machistas, misóginos, racistas, homofóbicos, xenófobos son
también elegidos por un pueblo, que normaliza esas conductas, a pesar de
representar también a un Estado de derecho que en el papel las combate. Sin
embargo, la diferencia para esta víctima es que el victimario tiene poder
político. No es una diferencia banal.
El acoso sexual es un acto de poder. El victimario cree que
puede “poseer” lo que sus deseos le
demandan. El jefe sobre la empleada, el superior sobre la subordinada, ejercen
poder de dominación a través del sexo. Desde el caso Sodalicio,
hasta las exigencias sexuales del ex juez Walter
Ríos. El patrón es el mismo. Lo hacen y lo seguirán haciendo porque
para estos hombres el poder funciona como un afrodisiaco. Los reta y los
excita. Poseer entonces se convierte en un juego riesgoso, pero adictivo. ¿Si el poder es político? ¿Se pueden imaginar?
Un movimiento que sale hoy de
las entrañas de la sociedad se rebela. Las mujeres están hartas. Esa sí es una
buena noticia. Denunciar una y otra vez, no hay otro camino para convertir en
marginal lo que hoy es el pan nuestro de cada día.
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