“El objetivo es proponer políticas contracíclicas, donde la inversión pública es el principal instrumento de política económica para amortiguar los efectos del ciclo recesivo”.
Las últimas
cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática revelan que en el
2023 la pobreza afecta al 29% de la población, es decir, se incrementó en 1.5%
respecto al 2022 (596 mil personas más). Hoy, existen 9.8 millones de
pobres en el Perú. La pobreza extrema creció en áreas urbanas y rurales
afectando a casi 2 millones de peruanos. El ingreso real por habitante
disminuye mientras la canasta básica alimentaria eleva su costo, complicando la
situación de los más vulnerables.
Este incremento
se atribuye al mal clima, la caída del PBI y la crisis política, porque los
hogares no contaron con el apoyo mínimo para enfrentarlo, porque el sector
público hizo lo mismo de siempre con los mismo programas, ayudas y recursos,
salvo excepciones puntuales (ollas comunes, el programa juntos para hogares
urbanos con niños pequeños), de manera que los hogares que ya venían
golpeados por la pandemia no pudieron enfrentar la dura situación. Lo cierto es
que esta mirada de corto plazo responde a teorías anquilosadas y retrogradas
respecto al éxito en el mundo globalizado, que confunden luchar contra la
pobreza con una opción por la pobreza. Lamentablemente, las teorías de
desarrollo y del progreso confundieron el objetivo inicial de desaparecer la
pobreza generando mayor riqueza, con reproducir la pobreza como un problema
sostenible en el tiempo.
Me explico. No
existe otra forma de combatir la pobreza que generar riqueza. Los discursos
estatistas y totalitarios están convencidos que la distribución de la riqueza
es la clave del desarrollo y del progreso, pero olvidan que, si no hay
generación de riqueza, no existe que distribuir. La opción de “los pobres
por los pobres” se convierte en un laberinto sin salida que solo
reproduce mayor pobreza. Creer que subsidiar la pobreza por si sola resolvería
el problema es un absurdo.
El camino
correcto nos lleva a incentivar y estimular la producción de mayor riqueza y
mejorar la productividad del trabajo y del empleo. En este camino, el rol del
Estado es fundamental.
El objetivo es
proponer políticas contracíclicas, donde la inversión pública es el principal
instrumento de política económica para amortiguar los efectos del ciclo
recesivo. Durante la situación de recisión, el gobierno debe intervenir,
reduciendo tributos, promoviendo la expansión del crédito y aumentando el
gasto, realizando inversiones que sean capaces de estimular la economía.
Si no cambiamos
el paradigma de la reproducción de la pobreza por el de la generación de
riqueza, estaremos conde nados a una vorágine de juegos del hambre que solo
beneficia a unos pocos, y continúa afectando a grandes mayorías que tienen
derecho a tener oportunidades para incrementar sus ingresos y hacer negocios
que cambien sus vidas. Ese es uno de los grandes retos que tienen los nuevos
partidos y movimientos políticos que se presentan en el nuevo escenario
electoral que hoy forman parte de la escena peruana contemporánea. Este es el
reto que nos espera en adelante.
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