EL PAVO EN EL OJO AJENO | POR: ELÍAS DANIEL PINGLO RISCO


Debido a los sucesos electorales de Venezuela se generó una corriente de “opinólogos” peruanos reclamando al señor Maduro que respete la democracia y entregue el cargo, de inmediato, a los presuntos ganadores, quienes afirman tener copias de la mayor parte de resultados a su favor.

Pero muy pocos de esos comentaristas se detuvieron a explicar cómo es el proceso electoral venezolano. Un detalle poco conocido de las elecciones venezolanas es que, por allá, igual que en otros países de América, el voto es voluntario.

Es decir, al no ser obligatorio y sobre cifras estables, para realizar pronósticos sobre los resultados no se cuenta con una base firme de datos. Tal vez por ello, un día antes de la fecha electoral circularon rumores de matanzas y ataques armados que intentaban afectar el ánimo de quienes deseaban acudir a las urnas.

Por lo menos eso es lo que circulaba por las redes sociales. Lo curioso del tema es que, como participantes latinoamericanos, los peruanos no somos un ejemplo democrático ante el cual todos tengan que quitarse el sombrero. Entonces, cabía acá ese proverbio de las tías antiguas que decía “la sartén le dice a la olla, quítate que me ensucias”.

Recordemos que los procesos electorales llevados a cabo en el Perú, dentro de su peculiar “democracia” también fueron cuestionados por los perdedores resultando que al final un dudoso y tembloroso presidente se sentó en Palacio de Gobierno con aires de notoria insuficiencia, verbo cuestionable y notoria falta de capacidad para ejercer el mandato.

Ahora ese señor está encarcelado acusado de mil y una cosas, pero sin poderle probar nada más que no haber estado involucrado con el gentío que sí puede ser elegible en el Perú. La democracia peruana está subida sobre cuatro palitos que en cualquier momento se derrumban y el voto de las mayorías se manipula, desde el inicio, con ese prurito de voto obligatorio que se refleja en cientos de miles de votantes a los cuales la democracia les importa un huairuro pero que, si no acuden a las urnas un domingo, a partir del lunes no pueden usar el DOCUMENTO DE IDENTIDAD para nada.

Ello quizá explique por qué se termina eligiendo a cualquiera, con tal de que sea peruano de nacimiento, tenga ya 35 años de edad y goce del derecho al sufragio. Nada más, así que si alguno cree que para ser presidente del Perú se debe conocer por lo menos el ABC de la gestión pública está muy equivocado.

Por eso es que, llorar sobre la leche derramada ya no sirve de nada y es vergonzoso. Hemos decidido en la Constitución entregarle el poder a cualquiera que pase por la esquina y por esa razón no podemos exigirle al analfabeto que se lance con un discurso que solamente los sabios de Grecia pudieran expresar.

Con esa convicción de que elegimos a “cualquiera”, revisemos ahora cómo es que “cualquiera” llega a ser Presidente. Tiene que ser presentado por un partido y allí si hay exigencias mayores, pero tampoco son de capacidades y de idoneidades sino de montón, de muchedumbre, de tumulto: un partido político deberá tener 65 comités provinciales, integrados cada uno por un mínimo de 50 personas y que correspondan a provincias de 20 de los 24 departamentos que existen en el Perú.

Antes de ello, hay una lista de exigencias que cumplir, registro del nombre, inscripción de representantes, pago de derechos exigidos, trámites burocráticos; en suma, toda una ocupación que significa más de un año de trabajo y que alguien tiene que remunerar. Yo, no sé tú lector, no conozco a un solo militante de partido político que aporte mensualmente para esas inscripciones, logrando así contar con un financiamiento para toda esa chambita. He aquí la segunda valla.

Y después nos jalamos los pelos porque los narcotraficantes, los mineros ilegales, los secuestradores, los delincuentes, los extorsionadores y otros de pelaje similar, se hagan dueños o funden partidos, contribuyendo al circo mal llamado democrático que los peruanos creemos vivir.

La verdad es que esos mismos, a los que denunciamos, vienen, desde muchos años atrás, acomodando el ring para que solamente ellos puedan boxear en él. Los pavos somos nosotros, demócratas de un solo domingo, con nuestra ingenuidad al hombro, creyendo que eso es la libertad y que el voto es secreto y sagrado.

Ya hay un “sano y sagrado” que está preso por haber robado un montón fingiendo ser un sonsito. Su éxito se basó en convocar a miles de sonsos, nosotros, que seguimos creyendo en que podemos dar ejemplos de democracia a los vecinos y demás países del planeta, en tanto a lo único que alcanzamos es a vivir en plena pavocracia.

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