Debido a los sucesos electorales de Venezuela se generó una corriente de “opinólogos” peruanos reclamando al señor Maduro que respete la democracia y entregue el cargo, de inmediato, a los presuntos ganadores, quienes afirman tener copias de la mayor parte de resultados a su favor.
Pero muy pocos
de esos comentaristas se detuvieron a explicar cómo es el proceso electoral
venezolano. Un detalle poco conocido de las elecciones venezolanas es que, por
allá, igual que en otros países de América, el voto es voluntario.
Es decir, al no
ser obligatorio y sobre cifras estables, para realizar pronósticos sobre los
resultados no se cuenta con una base firme de datos. Tal vez por ello, un día
antes de la fecha electoral circularon rumores de matanzas y ataques armados
que intentaban afectar el ánimo de quienes deseaban acudir a las urnas.
Por lo menos
eso es lo que circulaba por las redes sociales. Lo curioso del tema es que,
como participantes latinoamericanos, los peruanos no somos un ejemplo
democrático ante el cual todos tengan que quitarse el sombrero. Entonces, cabía
acá ese proverbio de las tías antiguas que decía “la sartén le dice a la olla,
quítate que me ensucias”.
Recordemos que
los procesos electorales llevados a cabo en el Perú, dentro de su peculiar
“democracia” también fueron cuestionados por los perdedores resultando que al
final un dudoso y tembloroso presidente se sentó en Palacio de Gobierno con
aires de notoria insuficiencia, verbo cuestionable y notoria falta de capacidad
para ejercer el mandato.
Ahora ese señor
está encarcelado acusado de mil y una cosas, pero sin poderle probar nada más
que no haber estado involucrado con el gentío que sí puede ser elegible en el
Perú. La democracia peruana está subida sobre cuatro palitos que en cualquier
momento se derrumban y el voto de las mayorías se manipula, desde el inicio,
con ese prurito de voto obligatorio que se refleja en cientos de miles de
votantes a los cuales la democracia les importa un huairuro pero que, si no
acuden a las urnas un domingo, a partir del lunes no pueden usar el DOCUMENTO
DE IDENTIDAD para nada.
Ello quizá
explique por qué se termina eligiendo a cualquiera, con tal de que sea peruano
de nacimiento, tenga ya 35 años de edad y goce del derecho al sufragio. Nada
más, así que si alguno cree que para ser presidente del Perú se debe conocer
por lo menos el ABC de la gestión pública está muy equivocado.
Por eso es que,
llorar sobre la leche derramada ya no sirve de nada y es vergonzoso. Hemos
decidido en la Constitución entregarle el poder a cualquiera que pase por la
esquina y por esa razón no podemos exigirle al analfabeto que se lance con un
discurso que solamente los sabios de Grecia pudieran expresar.
Con esa
convicción de que elegimos a “cualquiera”, revisemos ahora cómo es que
“cualquiera” llega a ser Presidente. Tiene que ser presentado por un partido y
allí si hay exigencias mayores, pero tampoco son de capacidades y de
idoneidades sino de montón, de muchedumbre, de tumulto: un partido político
deberá tener 65 comités provinciales, integrados cada uno por un mínimo de 50
personas y que correspondan a provincias de 20 de los 24 departamentos que
existen en el Perú.
Antes de ello,
hay una lista de exigencias que cumplir, registro del nombre, inscripción de
representantes, pago de derechos exigidos, trámites burocráticos; en suma, toda
una ocupación que significa más de un año de trabajo y que alguien tiene que
remunerar. Yo, no sé tú lector, no conozco a un solo militante de partido
político que aporte mensualmente para esas inscripciones, logrando así contar
con un financiamiento para toda esa chambita. He aquí la segunda valla.
Y después nos
jalamos los pelos porque los narcotraficantes, los mineros ilegales, los
secuestradores, los delincuentes, los extorsionadores y otros de pelaje
similar, se hagan dueños o funden partidos, contribuyendo al circo mal llamado
democrático que los peruanos creemos vivir.
La verdad es
que esos mismos, a los que denunciamos, vienen, desde muchos años atrás,
acomodando el ring para que solamente ellos puedan boxear en él. Los pavos
somos nosotros, demócratas de un solo domingo, con nuestra ingenuidad al
hombro, creyendo que eso es la libertad y que el voto es secreto y sagrado.
Ya hay un “sano
y sagrado” que está preso por haber robado un montón fingiendo ser un sonsito.
Su éxito se basó en convocar a miles de sonsos, nosotros, que seguimos creyendo
en que podemos dar ejemplos de democracia a los vecinos y demás países del planeta,
en tanto a lo único que alcanzamos es a vivir en plena pavocracia.
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