- “Aquí estamos con
un Alberto Fujimori que, al cabo de 30 años, libre, en prisión o indultado,
sigue siendo un referente protagónico de poder político en el Perú”.
(ElComercio) En
general, las repúblicas no son adictas a crear dinastías; es una diferencia sustantiva
con las monarquías que basan su legitimidad en el principio dinástico. En el
Perú, nuestra historia solo registra dos casos de presidentes hijos de
presidentes: José Pardo, hijo del gran Manuel Pardo, y Manuel Prado, hijo menor
de Mariano Ignacio Prado.
Surge
entonces una pregunta que despierta entusiasmo en unos e irritación en otros:
¿Es Alberto Fujimori el
fundador de una dinastía que tendría por sucesores a sus hijos Keiko y Kenji? Sería
algo inédito que pudo ocurrir en el 2011 y el 2016 cuando Keikoestuvo
a punto de ser elegida presidenta.
Alberto
Fujimori surgió en el escenario nacional cuando, entre 1984 y 1990,
fue rector de la Universidad Agraria, presidente de la Asociación Nacional de
Rectores y dirigió el programa de televisión “Concertando” en el canal del
Estado. En 1990 fundó Cambio 90 y presentó su candidatura presidencial en un
proceso en el que su primera ventaja fue la división autodestructiva de
Izquierda Unida (el único movimiento de esa orientación que alcanzó dimensión
nacional).
Eso lo llevó
a convertirse en el contrincante principal de Mario Vargas Llosa y ganarle la
elección. Fujimori tuvo la habilidad de llegar al corazón de
millones de personas de escasos recursos que se identificaban con él. En
cambio, el Fredemo de Vargas Llosa simbolizaba en el imaginario popular una
opulencia que, a pesar de su inteligencia y cultura, el escritor no pudo
neutralizar.
Estimo que
fue allí, en el “Chino, chino” de calles y plazas, que nació el fujimorismo,
con toda su carga de populismo asistencialista y también de autoritarismo.
Porque a Fujimori le perdonaron el ‘fujishock’, el olvido de
su promesa de cambio social, la apertura hacia el neoliberalismo y el golpe de
Estado de 1992, carente de toda justificación pero que fue respaldado por el
80% de la población.
La
Constitución de 1993 le permitió a Fujimori ser candidato a
una discutible reelección inmediata en 1995, proceso en el que derrotó a otro
notable peruano, Javier Pérez de Cuéllar. Si bien la economía del país había
mejorado y el terrorismo derrotado, no se puede callar que autorizó la
corrupción de su asesor Vladimiro Montesinos, la creación del grupo paramilitar
Colina y la comisión de graves delitos como los de Barrios Altos y la Cantuta
que años más tarde merecieron que fuera condenado a 25 años de prisión.
En el debe
de Fujimori también está la írrita tercera reelección del
2000, la fuga al Japón y la renuncia a la presidencia por fax, que fue
determinante para que el Congreso lo destituyera por incapacidad moral. Sin
embargo, siguió contando con el buen recuerdo de sus leales.
Cabe
preguntarse si tanta tolerancia indica una cierta tendencia al autoritarismo de
sectores populares indiferentes a una democracia que nunca se ocupó de
atenderlos y respetarlos. Populares fueron Leguía, Odría y Velasco, y se trató
de gobernantes autoritarios.
Esta disponibilidad para tolerar comportamientos autoritarios en el uso del poder, obliga a quienes creemos en la democracia a buscar en sus errores y equivocaciones la causa de un desencanto que termina siendo propicio a las opciones de autoritarismo populista.
Esta disponibilidad para tolerar comportamientos autoritarios en el uso del poder, obliga a quienes creemos en la democracia a buscar en sus errores y equivocaciones la causa de un desencanto que termina siendo propicio a las opciones de autoritarismo populista.
En efecto,
aquí estamos con un Alberto Fujimori que, al cabo de 30 años,
libre, en prisión o indultado, sigue siendo un referente protagónico de poder
político en el Perú. Su presencia, no obstante, motiva también otro referente:
el del antifujimorismo, de composición heterogénea y que a pesar de bulliciosas
movilizaciones callejeras no ha podido evitar ni neutralizar el trabajo de
organización política llevado a cabo por Keiko Fujimori.
La hija
mayor de Alberto Fujimori ha convertido Fuerza Popular en el
partido político más fuerte del país. Paralelamente, su hermano Kenji es
un alfil que ha trabajado intensamente en el indulto de su padre, logrando con
10 votos prestados de las filas de Fuerza Popular salvar al presidente
Kuczynski de una segura vacancia del cargo presidencial.
Tenemos
pues, no uno sino tres Fujimori: Alberto, Keiko y Kenji.
Cada uno con sus respectivas cuotas de poder. En este escenario, la estrategia
de Alberto consistirá en saldar deudas entre sus dos herederos
y, restablecida la unidad, la sucesión como su legado dinástico al Perú. ¿Será
posible?
La más
reciente encuesta de Ipsos para El Comercio dice que el 56% de la población
respalda el indulto, que Kenji tiene un 32% de aceptación
y Keiko 29%. Separados los dos pierden, ¿pero con cuánto
llegarán al 2021 si resuelven sus diferencias internas? Es una incógnita. No
obstante, el verdadero problema es saber si habrá una inteligencia estratégica
entre quienes se oponen a la dinastía posible que les permita superar visibles
diferencias que hoy son mayores a las existentes en el frente fujimorista.
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