“Ninguna promesa ni llamado a la concordia o al diálogo
podrá, a la luz de los últimos acontecimientos, persuadir a Vizcarra y sus
aliados que si desisten de su proyecto de elecciones anticipadas, serán
tratados con afabilidad y generosidad por sus adversarios”.
(ElComercio) La última encuesta de Datum, que registra una caída de 8
puntos en la aprobación del presidente Martín Vizcarra y
de 14 puntos en el apoyo al adelanto de elecciones, incentivará al
Gobierno y a sus adversarios a precipitar las agresiones mutuas para tratar de
destruirse.
Desde el auspicioso comienzo de su gobierno, hace dieciocho
meses, cuando generó grandes expectativas, Vizcarra no ha
cesado de defraudar a la ciudadanía en todos los temas de gestión
gubernamental, desde el desempeño de la economía hasta el deterioro de la
seguridad ciudadana, pasando por la reconstrucción del norte y el manejo de los
conflictos sociales. No obstante, ha logrado un intermitente pero sustancial
respaldo desde julio del 2018 gracias a los ataques a la clase política y
al Congreso y, ayudado por la coalición que lo respalda, a la
utilización del sistema judicial para sacar del juego a sus principales
adversarios políticos.
Cada vez que su popularidad decae, Vizcarra arremete
contra los políticos y las instituciones. En esta ocasión, seguramente repetirá
el ardid que tan buenos resultados le ha dado antes, solo que en un contexto
más enrarecido por su propuesta de adelantar las elecciones, que significaría
poner fin a este juego desgastante que ya tiene más de un año y que se ha
convertido en un factor adicional a su deficiente gestión que contribuye a
frenar las inversiones y ralentizar la economía.
Por su parte, la oposición también se sentirá alentada a
aumentar sus ataques a un gobierno que va perdiendo el apoyo que le es
absolutamente indispensable para sostenerse y mantener apisonada a la mayoría
del Congreso. De hecho, desde que recuperó la Mesa Directiva del
Parlamento, la oposición se ha mostrado cada vez más belicosa.
Y en los últimos días ha redoblado significativamente sus
embestidas al Gobierno, interpelando al ministro de Justicia, planteando
investigaciones a la Sunedu, al mensaje presidencial, al Caso Conirsa y
ampliando el plazo para investigar a Chinchero –en estos dos últimos se encuentra
involucrado el presidente Vizcarra–, citando a su hermano César
Vizcarra a declarar y hasta pretendiendo investigar a las empresas
encuestadoras que presuntamente sirven al Gobierno.
Ciertamente, como señala un editorial de El Comercio,
varios de esos empeños investigativos tienen sentido y se justifican, pero “la
confluencia de todos esos afanes […] sugiere que no es precisamente el espíritu
de fiscalización el que los inspira, sino que, más bien, es el prurito
fiscalizador lo que está siendo utilizado como pretexto para golpear al
contrario”. (“A mis enemigos, la fiscalización”, 5/9/19).
Por lo demás, si la coalición vizcarrista ha utilizado casos
reales o ficticios de corrupción de sus adversarios para atacarlos y
perseguirlos, no podía esperarse que la oposición desaproveche esta ocasión
para cobrar revancha.
El descenso del respaldo al presidente también robustecerá a
los que en el Congreso rechazan el adelanto de las elecciones.
El asunto es que el presidente Vizcarra no
puede retroceder en su propuesta. Primero, porque perdería el respaldo de parte
de la coalición que lo apoya, que se ha entusiasmado por las posibilidades que
creen tener en las elecciones del 2020, y que están encantados con la
desaparición anticipada de la mayoría del Congreso. Segundo, porque
sin ese soporte quedaría sometido y aplanado por la oposición que podría
vapulearlo sin obstáculos hasta el final de su mandato. O, eventualmente,
destituirlo, como ya han propuesto algunos.
Esa perspectiva es, sin duda, intolerable para Vizcarra.
Y para la coalición vizcarrista, que lo aguijoneará para forzar un desenlace
violento. Ninguna promesa ni llamado a la concordia o al diálogo podrá, a la
luz de los últimos acontecimientos, persuadir a Vizcarra y sus
aliados que si desisten de su proyecto de elecciones anticipadas, serán
tratados con afabilidad y generosidad por sus adversarios, a los que ellos han
maltratado, injuriado, encarcelado y perjudicado con medidas como la no
reelección de congresistas. Solo los ilusos incurables creen que eso se puede
arreglar con diálogos en los que imperen la cordura y las buenas maneras.
De hecho, el obvio fracaso de la negociación de Vizcarra con
el presidente del Congreso, Pedro Olaechea, muestra, una vez más,
que ese camino está bloqueado por ahora.
Para terminar de enturbiar el panorama, la línea divisoria
entre la coalición vizcarrista y sus adversarios es muy parecida a la que
separa a los partidarios del adelanto de elecciones con los
que no lo quieren. Podía esperarse que parte de los que desaprueban a Vizcarra estuvieran
interesados en que se marche más pronto, pero resulta que no es así. Casi todos
quieren que se quede hasta el 2021.
En suma, salvo que la proximidad al abismo los haga
recapacitar, la confrontación se encamina a un desenlace catastrófico.
Por: Fernando Rospigliosi
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