EL ARROZ CON PATO | ADÁN FELIPE MEJÍA “EL CORREGIDOR” (1896-1948)


El exquisito plato chiclayano se prepara con el mejor arroz del mundo: “EL FERREÑAFANO”

Una mesa bien puesta, ha menester de arroz con pato y de manteles impolutos.

Puede haber escabeche o cebiche o causa de papas amarillas ornamentada con finura...

¡Para empezar!
Puede seguir una rica cazuela de carnero serrano juvenil, con su buen trozo de sápida cecina –que tiene olor a chola- ahita de verduras vistosas y variadas, con sus papas tamañas y arenosas y sus rodajas de fresco choclo tierno. O un chupe de camarones sonrosado y vital, que haga las bocas agua y alegre las pupilas. O un chupín de tramboyo o pejesapo navegando en su grueso jugote de tomate y vinillo veraz, entre hálitos fragantes de hongos ligures y hojas heroicas de laurel...

¡Pero de todos modos –eso sí: ipso seguido- irrumpirá el arroz con pato, despidiendo su “bao” celestial y en militar puntualidad, sobre la impolutez de los manteles!...

¡Si no hay arroz con pato, le reunión es fallida!
¡Y todo empalidece!
¡La digestión es imperfecta!
¡La alegría no es plena!
¡Falta algo...!
¡Falta... el arroz con pato!

Después, puede venir pastel de choclo a la limeña, con relleno de puerco y gordas pasas; o a manera de Ica: ¡albergando su milagroso manjarblanco compuesto con un cuarto de azúcar para un litro de leche... y un gandiano moverlo de tres horas y media con paleta de palo de huarango...!

¡U otras cosas tan buenas como el pastel de cholo!
Ahora bien...

Para que el arroz con pato salga bueno, son necesarios:

Arroz, pato, culantro, ají, manteca de cochino, panto de barro, carbón palitroque, arvejones recientes y un abanico nuevo de totora dorada... para el chisporroteo.

¡Todo ha de ser de lo mejor!

El arroz... debe ser arroz “flor” de Ferreñafe, que es el mejor arroz del mundo.

La manteca, de tierno chancho cholo huachano, que es prietona y no blanca como creen los tontos.
¡Y sabe a chicharrón...!

¡Emociona!

¡Y dan ganas de bajarla, asentándola con aquel digno vino de Huaura saboreado por el Gran Capitán don José de San Martín cuando anduvo por su única calleja...!

El culantro, muy fresco. El ají mirasol, molido en casa. Las arvejas, recientes. El panto de boca ancha curado. Y el carbón... ¡de algarrobo: piurano!

¿Y el pato?

¡El pato, será... pata!

Parece que la naturaleza confiriera a la pata, protegiéndola en su áspera misión de poner huevos e incubar los patitos, ciertas ternezas privativas.

La pata es menos densa, más suave y mejor engrasada que el vigoroso pato meneón y presumido.

¡Mucho más sápida que el pato!
El pato es muy fibrudo y muscular y su grasa más sólida.

¡Queda mejor en estofado!

¡Insuperable... en “seco”!

En ambos casos: ¡con arroz...!

Si se le pone un camote al costado: ¡no está mal!

¡Pero la pata ha de ser pata tierna, criada en la casa, pata engreída, acariciada, alimentada con lo mismo que come la familia; patita confianzuda, que se mete por las habitaciones familiares y se churrusca en la alfombra pelusa del salón y en los felpudos erizados, sin escuchar reproches que le formen complejos perniciosos que estropeen sus carnes: finas, leves y suaves...!

¡Pata que goce de la vida, sin pensar en la muerte con arroz...!

La víspera del ágape, se le tuerce el pescuezo: ¡cuidado con usar el cuchillo cocinero filudo!

¡Ese, se usa para el pato...!

Se le toma del pico, entre la palma y los dedos meñiques, corazón y anular. Entre el pulgar y el índice, se le fija el gargüero. Se aprieta bien. En seguida, se da una rotadura veloz... ¡y la dulce patita queda desgañitada: sin sufrir!

Una olla colmada de agua hervida debe estar lista ya.
Se sumerge a la pata, breve rato...

¡Y, en seguida, se la despluma fácilmente: hasta dejarla “limpiecita”...!

Luego, se abre a la pata... por el lomo. Si se abre por el vientre, puede “reventarse la hiel”...

Con cuidado, se desprende las vísceras. Se separa las que son comestibles.

El corazón, el hígado, la molleja... que se abrirá para sacarle los maíces...

Se corta el pico. Se separan las uñas de las patas...
¡Y se deja colgando, boca abajo, para que se desangre!

Al día siguiente, los comensales deben estar cerca de la cocina, para “hacerse la boca” con las pecaminosas tufaradas que suelte...

Pueden servir de algo, ayudando a desvainar los arvejones...

La conversación girará sobre temas amables.

Se pasarán buenos copones de pisco alentador.

La cocinera, ya ha partido la pata, separado las presas: pescuezo, rabadilla, muslos, alas y entre alas... ¡pechuga...!

Primero, dora las presas en manteca porcina. Fríe la arveja, luego, para que tome gusto la pata y regale a la pata el suyo propio...

Tapa.

¡A sudar!

Al poco rato, se pellizca a la pata. Si la uña se hunde, facilona: ¡ya está...!

¡Punta de ají!

¡Culantro fresco!

¡Y ahora viene lo bueno: el agua!

Vamos a hacerlo “graneadito”, limeño, que se cuente los granos con los ojos...

¡Un pocillo de agua, un pocillo de arroz!
El arroz debe estar muy bien lavado y “espurgado”.
¡Hasta que el agua salga clara!

Cuando la olla bota “bao”, porque el agua barbota: ¡arroz al agua!

¡Y esperar!

El hermetismo de la olla es cuestión trascendente.
Cuando los pantos vienen  sin tapa, hay que inventarle una tapa. Encima, la mano del batán...

Cuando el arroz se “seca” se remueve a lo hondo, se le pone maneca, se le recubre con la panca de choclo en que se despacha la manteca y se vuelve a tapar. Antes se quita fuego, a fin de que “reviente” sin arrebatos que forman concolón.

El cocinero muy celoso, puede sentarse en la tapera...
En este instante, los comensales pueden entrarle al escabeche o al cebiche y esperar la cazuela, o el chupe o el chupín.

¡No se hable de política!

Cuando revienta, al fin, el tierno y delicioso arroz con pato, se sirve con su humo...

¡Y se recibe con aplausos!

¡Oh, noble arroz con pato, hogareño, peruano, que nos evocas días dulces, abundancias gloriosas y  momentos felices!

¡Oh, evocativo arroz con pato vinculado a la infancia, a la familia, a los tiempos ilusos, a las fiestas caseras: cuando el padre era fuerte y la madre era joven y las hermanas lindas, los abuelos robustos y las primas preciosas... y nuestras cabezas plenas de pájaros y flores!

¡Oh, arroz con pato lírico, pero vital y suculento... ahora, arroz con pato; tu recuerdo eternal nos inunda la boca de saliva y nos humedece las pupilas de llanto...!

¡Ahora nos alimentamos de recuerdos: moralmente!

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