“Un país pobre con un Estado congénitamente ineficiente
no tiene posibilidades de enfrentar con éxito una crisis como la actual”.
(ElComercio) Aunque el Gobierno y la mayoría de medios de comunicación,
dizque por responsabilidad, están tratando de minimizar el impacto del coronavirus en
el Perú, en realidad va a tener efectos devastadores sobre la
población y la economía peruana.
Para empezar, los casos reconocidos por el Gobierno no
guardan relación alguna con la cantidad de personas infectadas que realmente
debe haber en este momento. Una de las características del nuevo virus es la
facilidad y la rapidez con que se propaga. Si tomamos un solo ejemplo de casos
comprobados, se puede hacer una idea aproximada de lo que está ocurriendo.
Dos hermanos, hombre y mujer, llegaron en avión de España,
se alojaron en Carabayllo en Lima y luego viajaron a Huánuco, donde recién se
comprobó que estaban infectados. Entre su llegada y la confirmación de la
infección pasaron 12 días (8 hasta que se hicieron las pruebas), en los cuales
se relacionaron con los pasajeros del avión, los del bus en que viajaron a
Huánuco e interactuaron con familiares, amigos y desconocidos. ¿Cuántos habrán
sido contagiados sin saberlo? Probablemente varios cada día. Y esos portadores,
ignorando que están infectados, han continuado con sus ocupaciones habituales,
esparciendo el coronavirus a un ritmo multiplicado. Ni el
Estado ni nadie ha seguido la pista de esas personas, y a estas alturas ya no
hay forma de hacerlo. Al momento que se publiquen estas líneas, solo a partir
de esos dos hermanos podría haber decenas o centenares de contagiados.
Naturalmente, muchos de ellos nunca se enterarán de que
estuvieron infectados por el COVID-19. Solo sentirán un resfrío pasajero. Pero
contagiarán a otras personas y algunos sufrirán daños severos y podrían morir.
En suma, las estadísticas que se publican en el Perú no
son confiables. Primero, porque a diferencia de países europeos, Corea del Sur
o China, no hay controles estrictos ni manera eficaz de hacerlos. Y segundo,
porque el Gobierno quiere empequeñecer el problema por obvias razones
políticas.
La prevención y la atención serán desastrosas, de eso no hay
duda. Si lavarse las manos con agua y jabón frecuentemente es el mecanismo de
prevención más eficaz, millones de peruanos que carecen de agua potable parcial
o totalmente no pueden hacerlo. Solo en Lima se hacen los análisis del coronavirus,
con lo cual la posibilidad de detectarlo realmente es reducidísima. La
capacidad de los hospitales para tratar los casos graves se verá saturada
apenas se empiecen a presentar.
El ejemplo de Lombardía, la región más rica de Italia, uno
de los países más prósperos del mundo con servicios sanitarios de primer nivel,
es ilustrativa. Hoy día ya no pueden atender todos los casos graves y dejan
morir a los pacientes más ancianos. Se puede imaginar lo que ocurrirá en
el Perú.
Los efectos en la economía ya se están sintiendo y serán
peores. El turismo, las exportaciones y muchos negocios serán afectados. El
asunto es que las indispensables medidas para frenar la expansión de la
pandemia afectarán sobre todo a esos dos tercios de la población que viven en
la informalidad. Personas que viven al día y cuyas actividades se verán
indefectiblemente reducidas al mínimo.
Las consecuencias políticas serán también negativas para el
Gobierno. Aunque algunos ahora dicen que en realidad esto lo beneficiará porque
aparecerá como una suerte de salvador, en realidad ocurrirá algo peor de lo que
sucedió en el 2017 con el fenómeno de El Niño. En ese momento, la inmensa
mayoría de analistas felicitó al Gobierno –porque el presidente y los ministros
iban a repartir víveres y frazadas–, y sostuvo que era una especie de segundo
debut, una gran oportunidad, etc., al tiempo que su popularidad aumentaba.
Tonterías. Como escribí aquella vez: “Mi punto es que el Gobierno va a salir
más débil y frágil de esta circunstancia. Que no tiene la posibilidad de
solucionar adecuadamente las urgencias del momento, ni de realizar una reconstrucción
rápida y efectiva” (El Comercio, 25/3/17). A los pocos meses la
popularidad de PPK se desmoronó (antes de ser golpeado por el escándalo Lava
Jato) y la reconstrucción fracasó.
Un país pobre con un Estado congénitamente ineficiente no
tiene posibilidades de enfrentar con éxito una crisis como la actual. Menos con
un gobierno incompetente como el de Martín Vizcarra, hecho
reconocido hasta por sus partidarios.
Otrosí digo. Los fiscales regresaron con las manos
vacías de Brasil, repitiendo las cosas que ya se sabían. Quizá para tapar su
fracaso anunciaron el pedido de prisión preventiva para Nadine Heredia y otros.
Una consecuencia es que eso está haciendo crujir la coalición vizcarrista.
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