En el momento más crítico de las últimas dos décadas para ejercer el buen periodismo-por los altos niveles de violencia y hostigamiento-pero es, al mismo tiempo, el periodo más urgente para el mejor periodismo posible. Los periodistas estamos bajo ataque y en medio de un régimen cada día más autoritario, porque a esto que atraviesa el país de estos tiempos ya no se le puede llamar democracia. El gobierno y sus aliados políticos desde el Congreso hablan de libertad, mientras nos la arrebatan impulsando normas que criminalizan el oficio, encarpetando investigaciones de abusos policiales e ignorando los ataques de grupos extremistas.
No exagero al decir que es el momento más crítico de las dos
últimas décadas para ejercer el buen periodismo-por los niveles de violencia,
persecución judicial, acoso sistemático desde las más altas autoridades,
deterioro democrático, crisis económica y los más altos niveles de desconfianza
ciudadana-; pero es, al mismo tiempo, el periodo más urgente para el mejor
periodismo posible. Por primera vez, en los últimos veinte años, los
periodistas tenemos miedo de que un proyectil nos alcance en la cabeza por estar
haciendo nuestro trabajo; cubrir las protestas ciudadanas contra el actual
gobierno.
La violencia no es solo física, Los defensores de este
gobierno y sus aliados políticos desde el Congreso, hablan de libertad,
mientras nos la arrebatan.
Impulsan normas que amenazan el derecho a informar sobre las
protestas, insisten en aumentar las penas por difamación en redes sociales:
desde el gobierno central toman el control editorial de los medios financiado
por el estado, rechazan entrevistas con medios incomodos, no investigan la
violencia policial contra reporteros e ignoran los ataques de los grupos
extremistas.
Desde la creación del Semanario Clarín Chiclayo como una
iniciativa independiente que promoviera el derecho a la información de las
personas por encima de los intereses particulares de unos pocos. Hacer un
periodismo desde la más absoluta libertad, sin grandes dueños, ni
inversionistas, ni prestamos detrás.
En estos años de infinito y puro periodismo hemos visto un
trabajo de alto riesgo. La libertad de prensa ha sido y continúa siendo
socavada. El periodismo trabaja bajo ataque y en medio de un régimen cada vez
más autoritario, porque a esto que atraviesa el Perú de estos tiempos ya no se
le puede llamar plenamente una democracia. El país asiste a la amenaza de la
independencia del sistema de justicia y de los organismos electorales, se
afianza el desequilibrio de poderes y se alzan voces que piden el retiro de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Hoy en día las noticias se han concentrado en la agenda
nacional, el avance del crimen multinacional y el narcotráfico en el país.
“Perú va camino a ser un narcoestado”, dicen colegas de mucha experiencia.
Los periodistas de las diferentes regiones de nuestro país,
cuestionan el abandono de las mismas, lo cual es preocupante. Esto puede ser el
alejamiento y desconfianza de los ciudadanos con los medios de comunicación.
Pero no es, claro está.
Las causas son ms grandes y estructurales, y tienen que ver
con una crisis global de desconfianza hacia las instituciones, con el modelo de
negocio de los grandes medios y su apuesta-durante las últimas décadas-por el
contenido viral y la priorización de temas menos incomodos para su anunciante o
entornos políticos.
El periodismo debe asumir el desafío de reconstruir su
relación con los ciudadanos. El análisis de las agendas regionales en un
contexto global, con voces interculturales y desde el territorio ha sido parte
de nuestra apuesta desde que nacimos.
Por eso, cuando pienso en el periodismo de hoy y su futuro
me gusta pensar en los árboles, en el impulso para crecer y resistir, a su
reticencia frente a las amenazas, a la fuerza que tienen para comunicarse y
coexistir en una perfecta armonía con otras especies. El periodismo en el que
creemos tiene la fuerza de la savia de las plantas: puede transportar historias
que conecten, que denuncien, puede comunicarnos con otros, como los árboles.
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