Hay gotas que derraman el vaso, y ello se cumple con la precipitada vacancia de la expresidenta de la República, Dina Boluarte, a consecuencia del ataque con ráfagas de disparos recibidas por el grupo musical Agua Marina, en el Círculo Militar de Chorrillos, en el que resultaron heridos cuatro de sus integrantes, ahora fuera de peligro.
Las bancadas que sostenían su gobierno, particularmente
Fuerza Popular, Alianza para el Progreso y Podemos, por el número de sus votos,
le dieron la espalda planteándole la moción de vacancia que prosperó de manera
casi unánime, al sumarse otras dos más. No hubo mayor espacio para el debate ni
para que la sucesión fuera más conversada. José Enrique Jerí, entonces
presidente del Congreso, con menos de tres meses en ejercicio, fue elegido por
sus pares para reemplazar a Boluarte, de manera exprés.
Jerí es el cuarto presidente de la República de transición
que es electo por el Congreso en lo que va del siglo XXI, sumándose a Valentín
Paniagua, Manuel Merino y Francisco Sagasti. Como en el caso de
Merino, asume el cargo directamente, sin que medie la elección de una nueva
Mesa Directiva ni la figura de otro parlamentario de consenso, a pesar de que
algunos congresistas con más experiencia lo solicitaban.
Se dice que a Jerí le plantearon la renuncia para ir a una
candidatura de consenso, y hasta hubo un intento de censurar la Mesa Directiva
para pasar a ese escenario; pero quien había asegurado que “estando tan
cerca de concluir un mandato sería irresponsable optar por una vacancia” cedió
a la tentación del poder sin pensarlo demasiado. No siempre se presentan esas “oportunidades”,
pensaría.
Todo el proceso de vacancia y sucesión se precipitó aún más
cuando Dina Boluarte, más allá de la 1 de la madrugada, anunció que no acudiría
al Congreso a ejercer su legítima defensa, conforme le correspondía, porque
aceptaba la votación de los 125 parlamentarios por la vacancia. Fue
entonces que, rápidamente y antes que concluyera su despedida, Fernando
Rospigliosi (FP), entonces primer vicepresidente, colocaba ya la banda
presidencial a su sucesor.
Con este paso, el Congreso, que ya “gobernaba”
indirectamente, sosteniendo con sus votos la Presidencia, decidió tomar
directamente las riendas del poder Ejecutivo. De una forma de gobierno
presidencialista se salta, otra vez, a uno parlamentarista de hecho; lo cual ya
parece que se va a convertir en costumbre que, sin embargo, no está
suficientemente reglamentada. Desde el 2018 a la fecha, hemos tenido
siete mandatarios.
Sin duda, la “inestabilidad política” es
consecuencia de esta “costumbre” de cambiar jefes de Estado antes de que
culminen su mandato, apelando a su incapacidad moral. Si esto va a ser así, es
momento de sincerar el cuerpo legal. Si los peruanos no vamos a apoyar al
presidente (a excepción de los golpistas) que elegimos en las urnas con el voto
popular y libre, por cinco años, acortemos su mandato a cuatro o tres años;
pero no coloquemos al Perú al borde del precipicio de la inconstitucionalidad,
ni menos del descrédito internacional.
José Jerí, de 39 años, si
bien dice tener buena voluntad para gobernar, no tiene la experiencia política,
ni el empaque, ni el talante ético, ni el suficiente liderazgo para asegurarse
el sillón de Pizarro durante los próximos seis meses. Por tanto, hubiera sido
mejor que el Congreso escogiera a un mejor cuadro, porque corremos el inminente
riesgo de que las calles se calienten y no solo produzcan la caída del
Ejecutivo, sino de todo el Congreso.
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