¡LA MAYORÍA CIUDADANA NO CONFÍA EN EL JNE!

La reciente condena a 15 años de prisión contra el excongresista Guillermo Bermejo, nada menos que por afiliación a Sendero Luminoso, no sólo marca un hito judicial, sino que desnuda una falla institucional de proporciones alarmantes. El fallo de la Tercera Sala Penal Superior Nacional, que acredita su participación en diversos campamentos subversivos entre 2008 y 2009, debió haber sido suficiente motivo para que se activen los mecanismos de defensa democrática que, según mandato constitucional, el Estado está obligado a ejercer.
Sin embargo, mientras Bolivia ha dado claras señales de ruptura con el totalitarismo populista, en nuestro país se permite que un reo por terrorismo postule a la vicepresidencia de la República. ¿Cómo es posible que la máxima autoridad electoral, el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), ¿admitiera la inscripción de una fórmula encabezada por Vicente Alanoca —defensor de idearios de regímenes totalitarios— con Bermejo como su primer vicepresidente? ¿Qué filtros fallaron? ¿Qué omisiones se toleraron? ¿Qué intereses primaron para los integrantes del JNE?
La respuesta no es la ignorancia. La investigación de la Dircote duró dos años y fue pública. Ahí están las declaraciones de Bermejo despreciando la democracia: “No aceptamos que ustedes vengan a imponer sus huevadas de género, aborto, de tanta vaina” —calificándola de “pelotudeces inútiles”— (…) “Nuestra intención es instaurar un proceso revolucionario y quedarnos con el poder, instaurando un proceso revolucionario”. No eran susurros clandestinos; eran proclamas abiertas. Su proyecto político fue claro: capturar el poder para desmantelar el orden constitucional desde dentro. ¡Pero el sistema electoral los habilitó, manteniendo su inscripción! ¡Y la Fiscalía no solicitó proscribir a la agrupación que lo acogía! ¿Por qué? ¿Qué intereses manejan la Fiscalía y el JNE?
El problema no es solo Bermejo. Es el sistema de permisividad, matonería, crimen y desfachatez que rodea al Estado. Es esta normalización del discurso antidemocrático bajo la etiqueta de una impresentable justicia social”. Es la complicidad —por acción u omisión— de instituciones que debieran ser guardianas del orden constitucional, no sus sepultureras; sin que, inmediatamente, la verdadera Justicia caiga sobre ellas.
La tardía sentencia judicial es una insuficiente victoria del Estado de derecho. La democracia no se defiende solo en los tribunales. También en las urnas, los medios, las aulas y los organismos electorales. El JNE debe cambiar sus protocolos de admisión de candidaturas. Y nuestra Fiscalía, asumir un rol más proactivo. Asimismo, la sociedad debería exigir coherencia. No podemos tolerar que quienes desprecian la democracia consigan gobernarla.
El caso Bermejo no es una advertencia ni una anécdota judicial, es una grieta estructural. Si no se corrige, mañana será otro —más perspicaz— quien logre lo que Bermejo no pudo: destruir la democracia desde dentro, con votos prestados y complicidades institucionales.
¡Nuestra democracia no debe darse el lujo de repetir este crimen! La sentencia ha hablado. Una vez más, los jueces —en este caso supremos— salvaron al país. Toca al Estado actuar con la misma firmeza. Simultáneamente, el Legislativo necesita remover y denunciar a los culpables de tan abyecta rendición ante el terrorismo.

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