(Lucidez) Si escribía esta columna hace
unas semanas, cuando apenas salió el escándalo entre Daniella Pflucker y
Guillermo Castañeda, probablemente me hubieran linchado. Me hubieran lapidado y
llamado de machista para abajo.
En un contexto que es de
claro peligro y maltrato a la mujer, poner en tela de juicio o por lo menos
reflexionar sobre la confesión de quien afirma haber sido violada, vejada,
abusada o maltratada, es una práctica que no nos permitimos porque, valgan
verdades, no es políticamente correcto cuestionar la versión de la víctima,
porque eso significa, en buena cuenta, “ponerse del lado del agresor”.
En honor a la verdad, a mí
nunca me cuadró el testimonio de la actriz. Y debo confesar también que no
suelo cuestionar el testimonio de quien suele denunciar abusos. Pero había algo
en su versión que no me cuadraba. En un principio dio a entender que había sido
engañada para tener relaciones sexuales con Castañeda. Engañada en el sentido
que ella estaba enamorada de él y le había hecho creer que era mutuo. Eso no es
un delito. A medida que el escándalo fue creciendo, cambió un poco su versión y
ya empezó a hablar de abuso. Sin embargo, se cuidaba de hablar de violación.
Nunca dijo nada de violación ni habló de violencia. Y abuso es una palabra que
puede ser interpretada como violación sin que necesariamente quieran decir lo
mismo. ¿Quién permite que su violador le pague el tratamiento? ¿Qué madre
guarda la ropa interior de su hija que ha sido violada para denunciar años después?
Al mismo tiempo, colectivos
como #NiUnaMenos (con el que estoy de acuerdo en muchos temas, como con el que
también discrepo en temas sensibles como el aborto), tomaron su caso como otra
bandera para visibilizar el abuso que a diario les toca vivir a muchas mujeres.
En redes lapidaron a Castañeda sin siquiera escucharlo. Cancelaron su obra
(que, dicho sea de paso, es buenísima) y mancharon la reputación que había ido
ganando con su trabajo. Cuando se presenta en el programa de Beto Ortiz, su
versión parece mucho más consistente que la de Pflucker y la gente ya empieza a
cuestionar la versión de la actriz. La madre de Daniella se vuelve un personaje
clave en la historia.
El caso quedó ahí. Ya está en
investigación. Pero ya hay un buen nombre que ha sido dañado, ¿quién resarce
ese daño?
El reportaje del domingo en
Día D revela dos casos más que, si bien en ninguno se habla de “abuso”,
parecieran tener el mismo trasfondo y el mismo modus operandi, en el caso de
Daniella y su madre. En el primer caso, el de Malcom Durand, se le entrega una
plata para usar su imagen en la campaña política de Durand y resulta que
Pflucker y su madre afirman que el dinero entregado es falso. Cuando Durand
pide el dinero del regreso (probablemente para verificar o entregar la suma de
nuevo), madre e hija lo bloquean y luego lo acusan de acosador. Es más, piden
tratamiento psicológico para Daniella, que está “destruida”. Igual que con
Castañeda. El segundo es el de Nino Soto, que también fue acusado de acosador y
de maltratador por Daniella, a quien el cantante le había gastado una broma.
¿Quién les devuelve la honra
a Malcom y a Nino después de que los han acusado de acosadores o maltratadores
de mujeres? Ojo que todos estos casos suceden después del suceso con Castañeda
y ya Daniella, se encontraba, supuestamente, deprimida y en tratamiento porque
había sido ultrajada.
El acoso y el maltrato es un
problema real que sufren las mujeres, no puede ser tomado ni a la broma ni para
lucrar con este tipo de situaciones. La palabra de la mujer que,
comprensiblemente, nunca es cuestionada, puede permitir que se manche el buen
nombre de hombres que solo se cruzaron a esta actriz y a su madre por el
camino. No podemos permitirnos tampoco mirar con escepticismo a cada mujer que
denuncia el abuso o el maltrato por casos como el de Pflucker. Sin embargo,
tenemos que entender que el hombre también puede ser víctima.
Lucidez no necesariamente
comparte las opiniones presentadas por sus columnistas, sin embargo respeta y
defiende su derecho a presentarlas.
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