PASE MORTAL


Talentoso y conflictivo. Carlos ‘Kukín’ Flores pudo ser un crack. Prefirió subir al cielo y llevarse su infierno.
(Caretas) Carlos ‘Kukín’ Flores Murillo (04-08-1974 / 17-02-2019), muerto el domingo 17 de febrero, es el personaje más genuino de ese capítulo de leyendas y quimeras agridulces que pueblan el planeta de nuestro fútbol. Incluso cadáver, sigue improvisando en aquel ardid que fue lo suyo: el amague y la finta. Esa picardía de su zurda en la metáfora del dribbling y el alarde que fue el bolo alimenticio para las tribunas ordinarias ante la petulancia populachera de su freno e impronta. Por ello, como ‘Pitín’ Zegarra o ‘Piticlín’ Palacios. Y antes. como Valeriano o ‘Sucre’ Flores, su naturaleza fue diáfana con la simiente de la demasía que habitaba en él desde la cuna.
Las epopeyas de ‘Kukín’ tienen del ardor del fuego popular que siempre terminaba en la combustión chamuscada del acto fallido. Hijo del callejón y la galera, fue reconocido por su madurez astuta de una niñez avezada en ese semillero que fue el club Cantolao del Callao. Por ello su nexo directo con las figuras pasionales que poblaron los diarios populares, donde se construía ese matrimonio de tres entre el crack en ciernes, la vedette carnuda y el corralón prostibulario. Aquel triángulo del que gozaron también Waldir Sáenz o ‘Chiquito’ Flores, presos en la incontinencia orgásmica de la fama cartonera.
Es verdad que ‘Kukín’ Flores no llegó al nivel de Paul Gascoigne, ni al de Eric Cantona o Mario Balotelli, tres jugadores conflictivos, pero igual, había en su genética aquello de falta de profesionalismo y escasa respuesta emocional para superar los problemas. Acaso como Hugo Sotil, quien en el ascenso de su carrera y su sonado matrimonio, mientras rodaba la película que en su homenaje se intitulaba Cholo, embarazó a su coprotagonista, la joven actriz Nancy Gross y desde ahí, a pesar de su paso refulgente en el Barcelona, en el fondo también militó con las sedas del club de los infiernos.
Los psicólogos advierten que el origen humilde opera como estigma del arroyo. Futbolistas que salieron de los pesebres de la pobreza promiscua y barrial. ‘Kukín’ Flores, nacido en la zona más pobre del Callao, sin padres conocidos, con 11 hermanos, trabajando en la calle desde los cinco años, vivió con esa carga pesada de la precariedad y la miseria. Sin embargo, desde adolescente ya se alimentaba con el reconocimiento vecinal, la foto en el diario, su destino es el melodrama citadino, el culebrón acongojado, y su precaria fama viajando en el auto del año, la ropa bamba y sus contratos nada privados.  
Pero además, aparecen las vedettes, y empiernados se lucen en las páginas de la prensa amarilla que obliga a que sus vidas se junten. La noche los imanta. Unos tragos, la disco de moda, los alcahuetes profesionales, las mismas rutas sin brillo. Y son mediáticos pero apenas dan la talla de los ídolos genuinos. Sus triunfos son pasajeros, sus caídas y derrotas abundan. Entonces, forjan una cultura chocona y agresiva. Se pelean con los periodistas y sus mundos se mezclan. De su época, no olvidemos, es el tiempo de las prostivedettes, los “ampay” en la televisión y en las páginas de espectáculos, la caterva de peloteros y la noche. Farándula y estadio tienen los mismos personajes. Solo el consumidor del chisme los pone en su lugar.   
Pero fue ‘Kukín’ Flores un hombre contrahecho. Para los técnicos argentinos Jorge Sampaoli y Ángel Cappa, ‘Kukín’ Flores era de otro planeta. Y vamos que lo sufrieron. Cappa, le dedicaría unas líneas en su libro ¿Y dónde está el fútbol? Escribía el entrenador: “En ese mismo partido, cada vez que el 10 del Aurich (‘Kukín’) agarraba la pelota, el fútbol se vestía de gala, y a pesar de los nervios que me producía, en el fondo yo tenía ganas de que se la dieran siempre para poder disfrutar de ese talento (…) Era ‘Kukín’ Flores, uno de los mejores en su puesto que vi en los últimos años. Hábil, de toque exquisito, de gambeta demoledora, buena pegada y una lectura inteligente del partido, cosas que, sin exagerar, lo acercaban a crack”.
Flores Murillo tuvo 11 hermanos y trabajó en la calle desde los 5 años.
Y ahora que lo han velado en el local del Sport Boys todos hablan que no solo fue gran futbolista sino que era mejor persona. Un tipo que llevaba a almorzar a los niños desvalidos y que regalaba sus zapatillas y se regresaba descalzo. Pero a pasar de su origen orillero, ‘Kukín’ Flores ascendió a los cielos del profesionalismo. Desde que jugaba en menores en el Cantolao, de pronto se le hizo para irse a jugar al Metz de Francia. Y desde esa vez supo imponer su genio. Y dijo que no le gustaba el rigor europeo y se regresó y apenas tenía 15 años. Un año después debutaba como profesional en el Boys y así fue construyendo su infierno.
Lo afirmaba el periodista Mario Fernández, que ‘Kukín’ Flores perteneció a otro tiempo, a otra etapa, a una época de fútbol feliz donde el juego descansaba en el número 10 y donde todo el equipo se sometía a ese otro técnico dentro de la cancha que era el enganche: “Kukín debutó en los 90, pero era, en el fondo, un talento amateur digno de los 70 que trató de encajar (sin éxito) en años ultraprofesionales”. Es decir, era del futbolista trotón con la ley del mínimo esfuerzo. Cierto, licencia que hoy no se permite en el fútbol contemporáneo.
Díscolo y complejo, no obstante tenía su sabiduría del asfalto y su ética de esquina. Cuando le preguntaron que si con su viaje a Arabia Saudí al fin iba a dejar su infierno chalaco, contestó: “El infierno no es un lugar, el infierno está en nosotros. Hoy sabemos que a pasar de su ruta a su trágico final, ‘Kukín’ Flores tenía propiedades, departamentos en el distrito de San Miguel y en La Punta. Es decir, no fue otro mítico futbolista chalaco, Walter Daga quien murió en la miseria. ‘Kukín’ Flores conocía del miedo y el dolor. Ha subido a los cielos y se llevó su infierno.

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