ADIÓS A LA BIBLIA DEL PERIODISMO DEPORTIVO

El Gráfico descansa en paz


La revista argentina, un referente mundial de la información deportiva, expira a los 99 años 

Antes de cada partido, y en los entretiempos, los altavoces de los estadios de fútbol emitían a fines de los años 60 una publicidad de tonos épicos: “El martes es el día del deporte / porque en cada rincón de la Argentina / 'El Gráfico' en el quiosco de la esquina / 'El Gráfico' se juega junto al bar”. La canción funcionaba como un credo compartido por muchísimos hinchas que, ansiosos, esperaban la revista incluso el lunes por la noche cuando empezaba a circular.

“El Gráfico”, rezaba la publicidad también, era escrito “con pasión y emoción” por “periodistas de profesión” y “deportistas de corazón”. Así sentían que hablaban también sus lectores, a los que se les soltó una lágrima al enterarse que su vieja “biblia” futbolística ya no saldrá más en papel. La empresa Torneos, que la había adquirido hace casi dos décadas, le dio la estocada definitiva. Un final anunciado en buena parte por los cambios tecnológicos que transformaron el modo de relacionarse y consumir el fútbol.

Una influencia intercontinental

Pero hubo un tiempo en el que “El Gráfico” tenía una enorme influencia más allá de la Argentina. A tal punto que en la portada se ponían los precios de venta de muchos países.

 La revista fundada en marzo de 1919 por Constancio C. Vigil, de la editorial Atlántida, inventó un lenguaje, fue el transmisor de una idea de entender el fútbol que se separó claramente de la inglesa.

Las discusiones en las casas, los bares y lugares de trabajo estaban teñidas de lo que las grandes plumas vertían (Dante Panzeri, Borocotó) en esas páginas. Llegó vender 900.000 ejemplares cuando Argentina obtuvo su segundo Mundial. También popularizó el tenis y fue la primera publicación que dio cuenta de que un joven argentino daba vueltas en motocicleta por América Latina. Hablaba de Ernesto Guevara.

La historia de la decadencia de la revista está en parte relacionada con dos momentos amargos de la Argentina.

 El primero, la última dictadura militar (1976-83). Editorial Atlántida se alineó con los golpistas. Frente a las denuncias internacionales de violaciones a los derechos humanos, “El Gráfico” llegó a inventar durante el Mundial 1978 que se realizó en este país una carta de Rudolf Krol, el capitán del seleccionado de Holanda, en la que se dirigía a su hija. 

“Mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en Argentina. Pero no es así. Es una mentirita infantil de ellos. Papá está muy bien. Aquí todo es tranquilidad y belleza. Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz. No te asustes si ves algunas fotos de la concentración con soldaditos de verde al lado nuestro. Estos son nuestros amigos, nos cuidan y nos protegen…No tengas miedo, papá está bien, tiene tu muñeca y un batallón de soldaditos que lo cuida, que lo protege y que de sus fusiles disparan flores”.

Llegó la guerra de Las Malvinas, en 1982, y “El Gráfico” predijo una final en el Mundial de España entre Argentina e Inglaterra que ganaba la selección celeste y blanca 2-1.

 Diego Maradona llegó a tener 134 portadas, entre ellas la de la final inventada. Pero “El Gráfico” se sumó en 1991, cuando Atlántida se alió con el presidente Carlos Menem, a la campaña de demolición de la estrella.

De semanal a mensual, antes del cierre

Carlos Ávila, un empresario que se enriqueció con la transmisión de los partidos de fútbol en vivo, le compró la revista a Atlántida en 1998, creyendo que le daría mayor influencia en la FIFA. La televisión, y en especial los canales deportivos en el cable, la volvieron sin embargo un objeto antiguo. Además, había aparecido un diario estrictamente deportivo, “Olé”. Sus ventas cayeron por el piso.

Quince años atrás, para salvarla, pasó a ser mensual. Para colmo, Torneos, la empresa que se quedó con “El Gráfico”, terminó salpicada por el “FIFAgate”. El mundo de las redes sociales y los nuevos usos del teléfono terminaron por extenderle el certificado de defunción. No pudo cumplir un siglo.

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