El silencio de su propio contralor cuando se trata de mirar sus propias observaciones
En Lambayeque
hay un edificio que parece estar destinado a no abrir sus puertas, pero que ya
devora dinero público como si funcionara a toda máquina.
Un cascarón
cercado por mallas verdes, silencioso y polvoriento, que se ha convertido en el
monumento más visible a la ineficiencia. Ese edificio, donde muchos auditores
se dedican a cuestionar a cientos de empleados públicos, pero cuando se trata
de cuestionarse ellos mismos guardan un silencio con cabeza agacha
incluida.
Las mejoras en
el edificio de la sede de la Contraloría Chiclayo, empezó a construirse bajo la
gestión del contralor regional Tomás Tello Benzaquen, y desde entonces carga
con su firma, su responsabilidad y ahora también con su sombra.
La obra, que
debía modernizar el control fiscal en la región, no solo está paralizada desde
hace más de un año: es también el símbolo de una gestión que perdió el rumbo
mientras exigía orden a los demás. Porque fue durante la administración de
Tello Benzaquen que se dio inicio a este proyecto millonario, y es también
durante su periodo que la construcción quedó abandonada sin explicaciones
sólidas, sin informes claros y sin avances visibles.
Pero lo más
grave no está detrás de los muros inconclusos, sino fuera de ellos: cerca de
medio millón de soles gastados en alquiler de un local sin contrato visible,
sin que la Contraloría —que presume ser la guardiana de la transparencia— haya
publicado los documentos que respalden cada sol desembolsado. Y mientras el
dinero sale, el edificio permanece inmóvil, como si hubiera sido condenado a
convertirse a la nueva “ruta de la incapacidad”.
Tomás Tello
Benzaquen no solo conoce el problema: es imposible que no. La obra inició con
su visto bueno, su equipo, su planificación. Y el alquiler del local temporal
—que se supone debía ser una solución provisional mientras avanzaba la
construcción— se ha convertido en un gasto permanente, escandaloso y opaco.
¿Cómo puede el contralor regional exigir transparencia a las municipalidades, a
las unidades ejecutoras, a los funcionarios locales, si su propia sede opera
bajo un contrato invisible?
La
contradicción es flagrante: la institución llamada a fiscalizar el uso correcto
del dinero público mantiene un gasto sin sustento en su propia plataforma de
transparencia. La oficina que debe prevenir irregularidades convive con una
aparente irregularidad. Y el funcionario a cargo, Tello Benzaquen, actúa como
si la responsabilidad fuera ajena, como si el edificio paralizado hubiera
aparecido por arte de magia o como si los cientos de miles de soles en alquiler
fueran un detalle menor.
Los ciudadanos
de Lambayeque ven todos los días ese edificio fantasma, ese recordatorio de lo
que no se hizo y de lo que sí se gastó. Ven cómo el proyecto que inició en la
administración de Tomás Tello Benzaquen se convirtió en el símbolo de una
gestión que exige lo que no cumple, que fiscaliza hacia afuera, pero nunca
hacia adentro.
Queda entonces
la pregunta que nadie en la Contraloría parece dispuesto a responder:
¿Quién supervisa al contralor que dejó a su región con una obra y medio millón
de soles gastados sin contrato?
Hasta que esa respuesta aparezca —si es que aparece— la malla verde seguirá ondeando en la fachada del edificio paralizado, como un recordatorio incómodo de que en Lambayeque la transparencia se exige, pero no se practica.

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