AMPLIACIÓN DEL PUEBLO JOVEN TÚPAC AMARU: UNA HISTORIA NACIDA DEL CORAJE

Por: Dr. Guillermo Pérez Sialer

Han pasado 44 años desde aquellos días en que un grupo de familias, impulsados por la necesidad y la esperanza, decidimos ocupar un pedazo de tierra eriaza al noroeste de Chiclayo.

No teníamos nada, solo nuestros sueños y la fe en que algún día podríamos llamar hogar a ese espacio desolado.

Aún recuerdo cada momento como si hubiera sido ayer. Lo que hoy es el asentamiento poblacional: Ampliación del Pueblo Joven Túpac Amaru, que nació entre la pobreza y la valentía, entre lágrimas y sonrisas, entre el miedo y la determinación.

En los dos primeros intentos fuimos desalojados con brutalidad. Las autoridades llegaron de madrugada, y en pocas horas redujeron a cenizas nuestras humildes chozas de esteras.

Nos quedamos con lo puesto, viendo cómo el humo se elevaba al cielo, llevándose nuestras esperanzas momentáneamente.

Yo estuve al frente de aquel grupo.

Nos movía un sueño más grande que el miedo. Fui detenido por la policía, pero incluso desde esa celda improvisada, supe que no podían encarcelar nuestra convicción y esperanza. Queríamos vivir con dignidad, y eso no se apaga con fuego.

Por tercera vez, regresamos a ocupar el terreno. Esta vez ya no solo éramos vecinos, éramos una familia de luchadores.

Nos posesionamos del lugar con la fuerza que solo da la fe. No había luz, ni agua, ni caminos, pero había esperanza.

Fue un tiempo duro, de trabajo diario y noches largas. Pero el sol siempre salía, y cada amanecer nos encontraba más unidos. Allí, entre lo accidentado del área por las excavaciones dejadas por los fabricantes de adobes, el viento, la humedad y los zancudos, nacía el pueblo.

Poco a poco, el terreno árido se transformó. Donde antes solo había polvo y huecos, levantamos calles. Donde hubo chozas, construimos casas. Llegaron los servicios básicos, el parque, las pistas y veredas, y finalmente los títulos de propiedad. Cada logro fue una victoria compartida, un triunfo de la comunidad sobre el olvido.

Hoy caminamos por las mismas calles donde alguna vez dormimos sobre la tierra. Y al mirar atrás, no podemos sino decir: valió la pena. Cada lágrima, cada sacrificio, cada golpe…todo tuvo sentido.

El 10 de octubre de 1981 no es solo una fecha en el calendario, es una lección viva.

A los jóvenes les decimos: aquí hubo lucha, sí, pero también amor, idealismo y esperanza.

Aquí, estuve al frente de un grupo de soñadores, siendo estudiante de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Teníamos la convicción, que era posible construir un futuro con las propias manos. No me equivoqué.

Que esa fe no se pierda. Que el ejemplo de los fundadores inspire a las nuevas generaciones a seguir engrandeciendo este pueblo, porque Túpac Amaru no solo es un nombre: es símbolo de resistencia, dignidad y esperanza.

Hoy, en que se conmemora y se significa 44 años de fundación de este querido pueblo, sentimos sobre nuestras calles el latido de una historia viva. Cada casa, cada rostro, cada niño jugando en el parque, es testimonio de que los sueños, cuando se siembran con esfuerzo, florecen con el tiempo.

La Ampliación del Pueblo Joven Túpac Amaru no nació de la casualidad, sino del coraje de hombres y mujeres que se atrevieron a creer. Y mientras haya memoria, seguirá viva la llama de aquellos días en que lo imposible se hizo realidad.

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