* Académico argentino Gustavo de Elorza
Feldborg advierte que la inteligencia artificial está transformando nuestra
relación con la lectura y el aprendizaje. Será uno de los invitados centrales
del Foro Internacional de Redes Editoriales a realizarse en Arequipa.
* En otros tiempos, quien buscara una frase
para enamorar recurría a los poemas de Bécquer. Hoy basta escribir un par de
instrucciones en una aplicación del celular y, en segundos, un sistema de
inteligencia artificial improvisa un soneto. Tema central de la ciencia
ficción, el debate sobre la posibilidad del pensamiento en las máquinas ha
dejado de ser teórico. “Ya no basta con hacer un curso de IA o comprar un
manual de uso. Lo central es cómo pensamos la inteligencia artificial en
función de nuestras profesiones”, advierte el investigador argentino Gustavo de
Elorza Feldborg, doctor en Tecnología Educativa y en Inteligencia Artificial.
De Elorza, uno de los invitados centrales del Foro
Internacional de Redes Editoriales organizado por la Cámara Peruana del Libro
en Arequipa, sostiene que nos equivocamos cuando reducimos la IA a un uso
instrumental. “Es una herramienta con capacidades cognitivas muy desarrolladas,
y eso cambia la manera en que trabajamos, en que leemos, en que nos
relacionamos con el conocimiento”. Para el conferencista internacional, la
expansión de estas tecnologías abre un desafío mayor: entrenarnos como
sociedades para pensar en colaboración con los cerebros digitales.
En ese tránsito, el académico insiste en que no debemos
dejarnos llevar por el brillo del espectáculo tecnológico ni por las fantasías
hollywoodenses. Lo importante es reconocer que estamos frente a un cambio
cultural profundo, capaz de alterar cómo concebimos la educación, la producción
cultural y el propio sentido de lo humano.
“Esto impacta directamente en cómo se producen y transmiten
materiales educativos, libros y recursos, que ahora deben responder a cómo las
nuevas generaciones leen, aprenden y comprenden”, explica el experto.
—UN COMPETIDOR DESLEAL—
La inteligencia artificial ya no solo calcula: simula
procesos cognitivos con una eficacia desconcertante. Analiza, clasifica,
establece diálogos y aprende de la interacción. Esa diferencia —entre pensar y
simular pensamiento— abre un campo de debate filosófico, pero también práctico.
¿Cómo distinguir si conversamos con una persona o con una máquina? Para De
Elorza, esa frontera ya se cruzó: “Hoy ese test está ampliamente superado”,
sentencia.
El ritmo de los avances lo confirma. En noviembre de 2022,
recuerda, los modelos de IA apenas alcanzaban la capacidad cognitiva de un
adolescente de 14 años. Tres años después, rozan el nivel de un doctorado, pero
no en una sola disciplina, sino en todas a la vez. Una amplitud imposible para
un ser humano.
El riesgo, advierte, no reside en usar estas herramientas,
sino en depender de ellas hasta el punto de atrofiar nuestras propias
facultades. “Si dejamos de ejercitar la memoria o el pensamiento porque todo lo
resolvemos con un móvil, terminamos entregando a las máquinas lo que nos define
como humanos —señala De Elorza— La cuestión es si los seres humanos, por
voluntad propia, vamos a dejar de pensar para que ellas piensen por nosotros”.
—EL NUEVO ESQUEMA—
La lectura, entendida durante siglos como un acto de
concentración y diálogo íntimo con un texto, también ha cambiado. Hoy los
algoritmos ofrecen atajos cognitivos, fabrican relatos diseñados para enganchar
al lector con la precisión de un publicista y compiten por la atención de un
público acostumbrado al pensamiento rápido.
La escuela es el escenario más visible de esta tensión.
Mientras los docentes insisten en métodos tradicionales, los estudiantes ya
conviven con dispositivos que simulan pensar y responder con naturalidad. “La
pregunta que siempre hago es: cuando estos alumnos trabajen en un mundo con
inteligencia artificial, ¿van a poder tener celular sí o no? El gran ausente
hoy es el diseño de sistemas educativos que comprendan cómo aprende un
cerebro”, enfatiza De Elorza. Esa brecha entre las tecnologías emergentes afecta
de manera directa a la producción y circulación de materiales educativos:
libros, clases, recursos digitales.
Las editoriales tampoco están al margen. En un ecosistema
saturado por resúmenes que condensan cientos de páginas, su reto es redefinir
el papel del libro y del autor. No basta con publicar catálogos atractivos.
Según De Elorza, deben ofrecer experiencias de lectura que recuerden el valor
de lo humano, utilizando la inteligencia artificial como herramienta, pero sin
perder la voz singular del escritor. En este nuevo esquema, la apuesta será
preservar la escritura como un espacio crítico y creativo frente a la avalancha
de contenidos digitales.
—LA NUEVA CONVIVENCIA—
Hace quince años, cuando comenzamos a preguntarle todo a
Google, se abrió la puerta a una dependencia que parecía inofensiva. Memorizar
teléfonos, direcciones o datos dejó de ser necesario: el buscador se convirtió
en la primera fase de un “exocerebro” que empezó a descargar de nuestra memoria
funciones esenciales. El hábito de consultar antes que recordar marcó el inicio
de una transición que hoy alcanza otra escala con la inteligencia artificial.
En el presente cercano, la convivencia entre humanos e
inteligencias artificiales ya es un hecho. Las máquinas escriben, sugieren
diagnósticos, corrigen estilos, generan música e imágenes con una velocidad que
supera con creces la capacidad humana. “Es tarde para cambiar lo que pasa,
porque estos planeamientos económicos comenzaron hace más de 25 años. Nadie
dejará redes o sistemas informáticos: no hay vuelta atrás. Ese es el escenario
hacia el que vamos: convivencia entre humanos y máquinas”, sostiene De Elorza.
Pero en el horizonte más lejano, el académico advierte un
riesgo mayor: la consolidación de lo que el economista griego Yanis Varoufakis
denominó “tecnofeudalismo”, un modelo en el que pocas corporaciones controlan
territorios digitales, monedas virtuales y sistemas de inteligencia artificial
especializados. Como en la Edad Media, cada “señor feudal” impondrá sus reglas
en dominios cerrados. El presente ya ofrece señales: inteligencias artificiales
que compiten en fotografía, pintura, música o redacción y que, al mismo tiempo,
se reparten el mercado.
No se trata de un futuro utópico ni distópico, aclara De
Elorza, sino de un escenario intermedio en el que la clave estará en mantener
nuestra propia autonomía. “El gran ausente es alguien que nos enseñe a pensar.
Esa capacidad nos permitió llegar como especie al siglo XXI y superar desafíos.
La llave es la educación. Debemos preservar el control humano en un mundo
tejido por IA”, concluye.
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