* La escritora colombiana desmitifica la selva en su novela “Noche Negra”. Un relato crudo sobre la vulnerabilidad femenina y el verdadero miedo que acecha en la naturaleza, y en las relaciones humanas.
Rosa es una mujer fuerte, titulada, que desafió cualquier
rol impuesto. Trabajó duro en un barrio popular y llegó a vivir en un barrio de
clase alta de Cali, su ciudad. Y luego, sorprendiendo a todos, abandonó sus
comodidades para irse a vivir a la selva con su marido, donde construyó su casa
con sus manos. Nada puede con ella.
De repente, ella se queda sola en casa porque su esposo
debe ir a la ciudad. Entonces Rosa empieza a advertir los cambios a su
alrededor. Especialmente en la forma como es mirada y abordada por el resto de
los hombres. Ya no se muestran como amigos respetuosos, sino que empiezan a
hacer chistes de mal gusto en su presencia, incluso veladas proposiciones. Y
ella empieza a tener miedo, a sentirse vulnerable.
Ese es el detonante de “Noche Negra”, la más
reciente novela de la escritora colombiana Pilar Quintana, quien próximamente
llegará a Arequipa como invitada del Hay Festival. Se trata de un libro sobre
el aislamiento, la soledad, el silencio, el acoso. La suma de todos los miedos
que puede sentir una mujer.
Y para ello, resulta notable la construcción del escenario
propuesto por la ganadora del Premio Alfaguara en 2011 por “los abismos”. Así,
se trata de una novela emparentada con hitos literarios como “La vorágine”
de Eusebio Rivera o los perturbadores cuentos del uruguayo Horacio Quiroga,
pero también con las contemporáneas exploraciones en paisajes no urbanos
emprendidas por Samanta Schweblin en “Distancia de rescate” Edmundo Paz
Soldán en “La mirada de las plantas”.
Para Quintana, escribir desde la muralla verde resulta
natural. No solo porque sea voraz lectora de escritores trotamundos como Jack
London, Hemingway o Joseph Conrad, sino porque ella misma tiene una aventura
qué contar: como su personaje, ella también escapó de su ciudad para irse a
vivir nueve años a la selva del Pacífico colombiano. Lo asume, confiesa, como
una natural disposición a vivir en ambientes hostiles.
* ¿QUÉ OPINAS DE LA TRADICIONAL VISIÓN
ROMÁNTICA DE LA LITERATURA A LA HORA DE ABORDAR EL PAISAJE DE LA SELVA?
A mí me parece que la literatura latinoamericana no
idealizó la selva, como sí lo hizo la literatura más occidental. Recuerdo
cuando viví en Bolivia, donde pasé cinco meses en un Refugio de animales
silvestres en la región del Chapare. Era un centro de rehabilitación para la
fauna recuperada por la policía, antes de devolverlos a su medio natural. Allí
trabajaban muchos voluntarios, en su mayoría europeos. Llegaban con la idea de
que podían caminar sin zapatos por la selva, dispuestos a abrazar a los árboles.
Y claro, a los pocos días, estaban llenos de heridas e infecciones, con
diarrea, vomitando. Descubrían que la selva no era ese lugar donde podrían
vivir en armonía con la naturaleza. Era, más bien, un lugar espantoso, al que
debían entrar con machete y botas pantaneras.
* ES CURIOSO COMO ROMANTIZAMOS LAS COSAS. LA
PUBLICIDAD NOS REPITE QUE LO “NATURAL” ES SINÓNIMO DE BUENO. EN TU NOVELA, LO
NATURAL PUEDE SER LETAL TAMBIÉN.
Los huracanes también son naturales. El veneno de serpiente
es natural, como el paludismo o la malaria. La literatura selvática
latinoamericana de siempre nunca presentó la naturaleza como algo bello. Allí
tienes “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, uno de los cuentos
más terroríficos que puedan leerse. Él y José Eustasio Rivera nos mostraron la
naturaleza selvática como algo terrible. Cuando viví en la selva, me decía que
yo escribiría diferente. No quería retratarla como algo hostil. Sin embargo, cuando
lo hice, la presenté igual de terrible.
* ¿PORQUÉ LA VISIÓN QUE AMÉRICA LATINA TIENE DE
ELLA MISMA NIEGA LA SELVA?
Solemos tender un manto protector sobre la selva. Nos
entendemos como el animal responsable de su destrucción. Por supuesto que es
necesario protegerla, pero viviendo en ella descubrí algo terrible: proteger
ese terreno entraña protegerte de él, también. Yo no podía vivir ahí y dejar
que la selva se metiera en mi casa. Debía tener la actitud del conquistador,
con la espada levantada. Debía mantener un cerco de terreno talado alrededor
para poder vivir en mi casa. Allí necesitas ejercer la violencia. Violencia
contra las termitas, contra las plantas, contra ciertos insectos, contra las
serpientes. Sentía que la selva siempre estaba tratando de dar el zarpazo para
convertirme en su abono. La selva no es la “Pachamama” hermosa. Te da, pero
también intenta matarte.
* ASIMISMO, MUESTRAS LA VISIÓN MANIQUEA QUE
DESTACA LA PUREZA DEL INDÍGENA MIENTRAS DEMONIZA AL COLONO. ¿CÓMO ASUMIR EL
PAPEL DE COLONO SIN CULPA?
A mí esa visión del buen salvaje siempre me ha parecido
racista. No miras al indígena como un ser humano complejo, sino con la visión
romántica del hombre y la mujer blanca y occidental. Antes el indígena era ese
salvaje terrible que temías porque podía matarte. Hoy es el hombre bueno,
víctima de nuestra depredación. Ambas visiones son racistas. En un ambiente tan
hostil, somos más animales que hermosos seres humanos protectores de la
naturaleza. En la novela, en la protagonista emerge el colonizador y también el
animal. Cuando yo vivía en la selva, para protegerme, tuve que hacer cosas
espantosas. Si quería habitar en ella y protegerla del avance del colonizador,
debía comportarme como colonizador también.
* QUIZÁS LOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS NO
IDEALIZARON LA SELVA, PERO SÍ LA IDEA DE “CIVILIZACIÓN”.
No sé si debemos desmontar ese concepto, sino más bien
asumirlo como nuestro propio impulso animal. Nos sentimos por encima de la
naturaleza, creemos tener una responsabilidad diferente a la de los animales.
Sin embargo, como escritora me pregunto si todo aquello que nos hace creer
diferentes es natural también. Por ejemplo, la luciérnaga tiene una luz en la
barriga que la hace única dentro del reino animal, más no superior. Si ella
tuviera raciocinio, quizás se sentiría superior a todos por su luminosa capacidad.
De la misma forma, nosotros tenemos la razón y creemos que esta nos hace
superiores. Y es solo nuestra característica animal.
* EN TU NOVELA, LA SELVA NO ES UNA AMENAZA
GENÉRICA. SON LOS HOMBRES QUE VIVEN CERCA DE ROSA LOS QUE REPRESENTAN EL
PELIGRO. HÁBLAME DEL MIEDO EN TU PERSONAJE.
En ese medio hostil, Rosa enfrenta una amenaza muy clara:
las termitas. Si estas llegan, rápidamente se apoderarán de su casa. Sucede lo
mismo con el murciélago vampiro, que se alimenta de sangre y transmite la
rabia. Esas son amenazas propias de la selva. También hay otras: ella siente
miradas, cosas que no sabe qué son. La selva es misteriosa y gótica. Rosa, que
es una mujer superracional, teme a un ente fantasmagórico. Y, finalmente, está
un miedo que es común a todas las mujeres, que sentimos en nuestras casas, en
la calle, en el transporte público, en la oficina, en los lugares de
vacaciones: el miedo a los hombres. Es una amenaza constante, que se expresa en
miradas, en palabras, en acoso.
* ¿CUÁN DIFÍCIL DESMONTAR ESTOS MIEDOS?
¿Cómo desmontarlos si el lugar más peligroso
para la mujer sigue siendo su propia casa? ¿Si los abusadores
de las mujeres no son tanto los delincuentes que viven lejos, sino sus padres,
hermanos, tíos, hombres cercanos que creíamos de confianza? No es que nos
alimentemos de miedos irreales. Es un miedo real y sustentado en la realidad.
Las mujeres nos comportamos como presas. Estamos amenazadas permanentemente y
nos mantenemos en permanente estado de alerta, pendientes desde muy chiquitas
del depredador. Ahora no solo podemos huir o disimular. También podemos gritar
y denunciar.

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