"No hay nada qué temer, a los australianos los vamos a
llevar a comer baleadas y pollo chuco", dijo con humor a la AFP el
comisario Jorge Rodríguez, portavoz de la policía de la segunda ciudad del
país, situada 180 km al norte de Tegucigalpa.
Las baleadas no son de plomo sino frijoles molidos envueltos
en tortillas de harina, un plato típico popular San Pedro Sula.
Tras la calificación de Australia al repechaje, estalló como
una bomba en Sidney la noticia de que sus jugadores llegarían a la capital de
los asesinatos y del VIH/Sida en Honduras.
Hace cinco años San Pedro Sula fue bautizada por una ONG
mexicana como la segunda ciudad más violenta de América Latina, después de la
mexicana Ciudad Juárez, un feudo de los poderosos carteles de narcotraficantes.
Ahora las cosas han cambiado pero con despliegues militares y policiales.
'Mara-guerrillas'
El partido se disputará en el Estadio Olímpico
Metropolitano, con capacidad para 40.000 aficionados, que tiene la cancha
rodeada por serpentinas de púas y queda a la orilla de un cañaveral de más de
5.000 hectáreas donde otrora los pandilleros llegaban a botar cuerpos o a
desmembrar personas con motosierras.
Desde hace cuatro años, cuatro batallones --con 500
efectivos cada uno-- de la Policía Militar de Orden Público (PMOP) tomaron el
predio, lo rodearon con un cerco de alambres e instalaron su campamento.
Pero "esta es una bomba de tiempo, aquí, las maras
nunca se van. Esto es un cementerio clandestino. El problema está latente. (Las
maras) operan como guerrillas", afirmó a la AFP un capitán de la PMOP en
el portón de entrada al campamento, por donde salía un convoy de vehículos
verde olivo de los distintos batallones.
Reconoció que la única manera de aplacar las
'mara-guerrillas' fue desplegando ese ejército constituido por el presidente
Juan Orlando Hernández con 5.000 militares, más otros efectivos de batallones.
A la hora del partido "el estadio estará controlado con
ocho burbujas o anillos de seguridad" de 1.200 policías y militares, dentro
y fuera, que tendrán hasta drones, explicó Rodríguez.
"Todos (los efectivos) estarán equipados con
radiocomunicadores, auxiliados por cámaras de vídeos y conectados a un comando
central del teléfono de emergencia 911", detalló. "Ya funcionó bien
cuando vinieron Estados Unidos, Costa Rica y México" en el hexagonal de
Concacaf, destacó el oficial.
Uno de los guardias de la Dirección de Medicina Forense, a
donde llevan a todos los cadáveres para practicarles la autopsia, Santos Leonel
Reyes (48), expresó que hace cuatro años "ingresaba un promedio de 24
cuerpos al día, hoy tres a la semana".
"Hoy está tranquilo porque las 24 horas del día hay
patrullajes en toda la ciudad. Ya no se dan las guerras por pleitos de
territorios de las pandillas", añadió.
Sin embargo, un taxista, Manuel Martínez (67), reconoció que
"siempre hay zonas calientes a donde uno se puede meter".
"Yo si veo un individuo tatuado (como pandillero) no lo
subo", expresó el taxista, mientras esperaba clientes estacionado frente
al parque central de la ciudad.
Cree que a los australianos "no les puede pasar nada
porque aquí a los futbolistas los protegen. Aquí solo se habla de fútbol y de
política... no hay nada que temer", estimó.
"La única guerra que encontrarán (los australianos) es
en el campo", dijo a la prensa el defensor capitán de la 'H', Maynor
Figueroa, quien no estará en el primer partido por tarjetas amarillas.
Las pandillas juveniles o maras que llegaron a gobernar
vasta áreas de barrios y colonias de las principales ciudades del país, como
San Pedro Sula, sumaron hasta 25.000, donde ni los policías se atrevían a
entrar, según organismos de derechos humanos.
Ciudad de desigualdades
La ciudad, de un millón de habitantes, en conjunto con otras
comunidades cercanas que se explayan en el valle de Sula, se levanta al pie de
la exuberante montaña de árboles frondosos de El Merendón.
Desde la ladera de la montaña baja una pequeña zona con las
mansiones amuralladas de los ricos, seguida con una zona viva de bulevares con
centros de diversión y comercios.
Luego sigue el parque central frente a la catedral colonial
y unos pocos edificios elevados. Después están las viviendas de clase media con
sus mercados populares con basura almacenada y por último las zonas calientes
de las barriadas plagadas de delincuentes.
Según las autoridades, no había otra forma de imponerse a
los capos y las sangrientas pandillas que plagando de contingentes militares y
policiales la ciudad donde los mareros acribillaban a los pasajeros en los
buses, rociaban de gasolina los vehículos y los quemaban, en una guerra no
declarada por disputas de territorios para vender drogas y extorsionar a los
comerciantes.
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