- Dos proyectos de ley buscan reducir la competencia electoral.
(ElComercio) Un asunto que había quedado un tanto relegado del debate público en los últimos meses es el de la reforma político-electoral. Sin embargo, ha saltado nuevamente a la palestra debido a una particular iniciativa legislativa presentada por el congresista Richard Acuña.
Esta
consiste, básicamente, en una modificación del artículo 18 de la Ley de
Organizaciones Políticas, al cual le añadiría el siguiente párrafo: “Para inscribirse como candidatos, los afiliados deben
contar como mínimo con tres años de inscripción a la organización política
[sic], a la fecha de las elecciones correspondientes”. Una propuesta bastante similar a la que había planteado
anteriormente Mauricio Mulder, de la Célula Parlamentaria Aprista,
la cual exigía también un año de afiliación partidaria como mínimo para
postular a las elecciones de alcance distrital, provincial o
regional.
Las
iniciativas han sido objeto de varias críticas al presumirse que tendrían un
objetivo especial: sacar de carrera a algunos políticos que han hecho públicas
sus aspiraciones de postular a la Presidencia de la República en el 2021 y aún
pugnan por lograr la inscripción de sus nuevas organizaciones, como es el caso
de Julio Guzmán con el Partido Morado y Verónika Mendoza con Nuevo Perú. En
efecto, si se aprobaran los proyectos legislativos mencionados, resultaría
prácticamente imposible que ellos o cualquier otra persona que no milite
actualmente en un partido político postulen a las siguientes elecciones generales.
La
suspicacia en torno al interés de los proponentes crece cuando uno repara en
que las encuestas de intención de voto preliminares ubican a Guzmán y a Mendoza
en una situación expectante, por debajo de Keiko Fujimori de Fuerza Popular,
pero encima de César Acuña y Alan García, coincidentemente los ex candidatos
presidenciales de los partidos que hoy impulsan esta peculiar
reforma.
Más allá
de que aún es muy temprano para ir perfilando los candidatos que participarán
en los comicios de aquí a tres años, y de si se tratan de proyectos de ley con
nombre propio o no, cabe preguntarse si esta reforma, en realidad, responde a
los intereses de la ciudadanía. Después de todo, es el electorado el que
debería tener mayor poder de decisión sobre quiénes deben ser sus autoridades,
y no se entiende cómo esta limitación podría favorecer su libertad y capacidad
de elección.
El “fortalecimiento de los partidos políticos” ha sido
el principal argumento expuesto tanto por Acuña como por Mulder para
sustentar sus planteamientos. No obstante, limitar la competencia de nuevas
organizaciones y figuras políticas no parece una forma adecuada de robustecer
el sistema político, sino más bien de cerrar el mercado político a favor de los
ya posicionados.
Resulta
irónico, por otra parte, que en el Parlamento actual surja la idea de
establecer un período mínimo de afiliación, cuando el 70% de su conformación ni
siquiera militaba en el partido por el cual obtuvieron una curul en el 2016.
Como lo revela un informe de la ONG Transparencia, solo 38 de los 130
congresistas electos estaban inscritos en un partido político o movimiento
regional.
Cabe
mencionar, además, que ni siquiera bajo la propuesta legislativa planteada se
requeriría de afiliación partidaria para ingresar al Congreso. El proyecto
de Mulder señala expresamente –y el de Acuña lo
admite también– que el requisito de los tres años de afiliación “no es
aplicable al candidato incorporado como tal en la cuota de designación
directa”. Es decir, los partidos políticos aún podrían llevar en sus listas de
postulación parlamentaria a un 40% de invitados. Y en última instancia, hasta
el 100% de legisladores electos podrían no militar en ningún partido.
Mejorar
los procesos de democracia interna, haciéndolos más transparentes y
supervisados por los organismos electorales, eliminar el voto
preferencial, y redefinir las circunscripciones electorales (pasando
al distrito uninominal), son algunas alternativas que ayudarían a fortalecer
los partidos políticos sin menguar irrazonablemente el poder de decisión de los
votantes. Los proyectos legislativos de Acuña y Mulder,
sin embargo, van en un sentido opuesto, en el que se perjudica a muchos
electores y postulantes, y se beneficia a unos pocos.
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