El periodismo peruano pierde hoy a uno de sus hijos más comprometidos con la verdad y con la democracia.
La partida, sin duda, temprana de Jaime Chincha, periodista
de La República, nos convoca al duelo natural por un hombre de prensa que
destacó por su calidad humana.
No obstante, es menester reflexionar sobre el sentido
profundo de ejercer este oficio en tiempos aciagos para la libertad de prensa.
Desde sus inicios, Chincha demostró que el periodismo es,
antes que galardón profesional, servicio. Su voz, reconocida por su claridad y
firmeza, se convirtió muy pronto en referente nacional en la radio, la
televisión y la prensa escrita. En su oficio periodístico supo preguntar cuando
otros callaban, insistir cuando otros desistían y sostener la incómoda
obstinación de quien entiende que el poder —sea cual sea su forma— necesita
contrapesos.
Su paso por La República fue, para este diario, un
recordatorio constante de que el periodismo no debe rendir pleitesía a nadie
más que a los hechos y a la ciudadanía. Jaime Chincha fue fiel a sus
convicciones democráticas, entendiendo que la defensa de la institucionalidad
republicana es una práctica cotidiana. Lo hizo realidad en cada entrevista
incómoda en su programa diario “Del hecho al dicho”, en cada análisis crítico
en sus columnas quincenales bajo el nombre “Pie de página” y en cada
señalamiento de las incoherencias del poder.
No fue un periodista complaciente ni calculador. Su norte
era la verdad, aun cuando esta resultara áspera o impopular. En una época
marcada por la polarización, Chincha se sostuvo en la convicción de que el
periodismo debía ser un puente, un espacio para la deliberación democrática y
no para la propaganda.
Hoy despedimos a un colega cuya trayectoria honra las
mejores tradiciones de nuestro oficio. Su voz ya no resonará en nuestras
páginas ni en nuestras pantallas, pero su periodismo celoso permanecerá como
legado: el del periodista que entendió que, en la defensa de la democracia y de
la verdad, no caben titubeos.
Hasta siempre, compañero.
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